jueves, 20 de junio de 2013

Una mente en blanco

La mente de la escritora se quedó vacía de ideas por primera vez en su vida. A lo largo de su trayectoria había oído hablar de los rumores que apuntaban hacia un repentino miedo al papel en blanco. Ella nunca lo experimentó, pero sí se había tropezado con personas que lo habían sufrido en alguna ocasión. Le ocurrió a varios compañeros en su etapa de estudiante que, atemorizados ante la blancura de un simple folio, habían salido huyendo de un examen cuando no sabían cómo comenzar a defenderlo. También conoció a un introvertido escritor que le había hablado sobre tal fobia, algo que en su caso provocó el repentino final de una carrera que había comenzado con buen pie. Fue el caso con el que rápidamente se identificó. A medida que la chispa de su miedo se expandía, se vio a sí misma como una escritora frustrada incapaz de hacer frente a las buenas críticas que su primera novela había recibido.

Una escritora de un solo libro. Así comenzó a verse mientras el miedo crecía en su interior, como un fuego sin llamas que consumía cualquier esperanza de escribir una oración decente. No podía soportar la idea de que ningún tema le inspirara lo suficiente como para arrancar su escritura, que había sido prudencialmente abandonada para ser retomada con frescura tras varias semanas. Ahora asistía a su propia agonía, en la que el parpadeo del cursor del documento en blanco del ordenador marcaba los latidos de su corazón. Nunca se había enfrentado a un miedo tan cruel, que había paralizado la maquinaría que ponía en marcha su ingenio y la había abandonado en su soledad, en la que no era más que una figura sin nombre en un mundo ya abarrotado de figuras de todo tipo.

Fumó. Suspiró. Se recolocó el pelo con las manos en incontables ocasiones. Volvió a suspirar. Los minutos frente al ordenador se volvieron horas y la escritora, empeñada en superar cuanto antes ese bache, se retorcía en su asiento sin conseguir esas primeras palabras que le dieran algo de aliento. Nada era mejor que lo anterior y todo parecía que ya había sido narrado, de mil formas mejores que cualquiera de las que habrían sido sus propuestas. Se preguntó si ya estaba acabada. Quizá había llegado el día en el que tenía que abandonar la escritura, pese a su juventud y a los grandes logros que los gurús del mundillo habían vaticinado que conseguiría. Una escritora de un solo libro. Una escritora muerta antes de tiempo. Fue en ese momento, un instante antes de abandonar definitivamente, cuando las palabras se ordenaron en su cabeza, dándole sentido a su particular calvario. Con una pícara sonrisa dibujada en sus labios se acomodó en su asiento y comenzó a escribir:


"La mente de la escritora se quedó vacía de ideas por primera vez en su vida".

martes, 4 de junio de 2013

El atún que quería ser jirafa

Ricardo se desplazaba de un extremo a otro de la red que constituía su almadraba. Su rutina había cambiado y ahora consistía en nadar en una zona mucho más pequeña de la que estaba acostumbrado. No se percató que, en su intento por llegar un año más a las cálidas aguas del Mediterráneo, acabaría atrapado en una almadraba gaditana. Ricardo había oído hablar del peligro que ello suponía, pero nunca se imaginó que su final fuera el mismo que el de tantos otros atunes, que esperaban orgullosos el momento para el que llevaban toda su vida preparándose. No le ocurría lo mismo a Ricardo, que disfrutaba de su libertad y de las posibilidades de nadar hacia donde le llevaran sus aletas. Todo se torció cuando Ricardo, al igual que sus acompañantes en aquella migración, había acabado en la almadraba de Barbate, en la que la vida se había vuelto cruelmente monótona. Nadaba dando círculos, de izquierda a derecha, primero hacia arriba y luego hacia lo más profundo que podía y veía que los días se sucedían sin que en ninguno de ellos ocurriera nada especial.

En alguna ocasión algunos peces en libertad se acercaban a la almadraba, curiosos que daban conversación a Ricardo y provocaban que este saliese de la rutina. Incluso mantenía buena relación con las gaviotas que volaban a ras del mar buscando presas, que se entretenían narrando sus viajes antes de que algún barco o el resto de atunes se acercaran y salieran huyendo. Una de esas gaviotas fue quien le contó a Ricardo la existencia de otros seres en tierras mucho más lejanas de donde se encontraba. Le hablaba de sitios sin mar, con grandes montañas y desiertos y de seres que residían allí disfrutando de aventuras muy diferentes de las que se vivían en el océano. 

Un elefante le dijo a un hipopótamo que le contó a una tortuga que me encontré en la costa de África que había visto una jirafa de siete metros –presumía la gaviota. 

La descripción de ese extraño animal asombró a Ricardo, que no se podía imaginar cómo podía existir un ser de piel manchada, con cuatro patas y cuello tan extraordinariamente largo. “La de cosas que podrá ver esa tal jirafa” pensaba mientras disfrutaba del relato de la gaviota. De todos los animales terrestres de los que había oído hablar fue este el que más le sorprendió. Le maravillaba la idea de poder caminar con elegancia mientras observaba las alturas, algo que nunca había podido hacer nadando bajo el mar. Nunca llegó a entender bien por qué pero en los días siguientes, mientras se alargaba la espera en la fría almadraba, solo podía pensar en cómo sería su vida si fuera cómo la de una jirafa. 

Los compañeros de Ricardo comenzaron a ver al atún más distante de lo normal. Veían con incredulidad que prefería estar solo, en uno de los extremos de la red observando cómo penetraban en el mar los rayos más potentes del sol. Desde que entraron en la almadraba todos habían perdido relación con Ricardo, que no se mostraba tan entusiasmado con el futuro que les esperaba. Ellos serían recogidos en unos días por los pescadores y pasarían a formar parte de deliciosos manjares de los que todo el mundo hablaba. Sabían que eran de los pescados más preciados del mar y no veían el momento de poder demostrar su calidad. Ricardo, en cambio, no parecía tan entusiasmado de que su carne fuera cocinada de mil maneras diferentes, algo que disgustaba al resto de atunes porque veían que no estaban siendo lo suficientemente valorados por su compañero. 

Varios días más tarde, uno de ellos se atrevió a preguntarle a Ricardo qué le ocurría, justo cuando el reflejo del sol había inaugurado un nuevo día. Ricardo no se intimidó y contó lo que no podía borrar de su cabeza desde que habló con la gaviota. 

Quiero ser una jirafa –su mirada no se apartaba de lo que había más allá de las redes. 

Su compañero se echó a reír. No podía entender tal tontería. Tanto él como el resto de atunes que se acercaban tímidamente no daban crédito de lo que escuchaban. Algunos ni siquiera sabían lo que era una jirafa, pero estaban espantados con la idea de que Ricardo quisiera ser otra cosa diferente a como había nacido. “Deberías estar orgulloso de lo que eres”, “eres una deshonra para esta almadraba” le comenzaron a decir sus compañeros. Ricardo no se sorprendió de la reacción de sus colegas, sobre todo porque a lo largo de su vida solo había oído hablar de lo afortunado que era por ser un atún. 

- No lo entendéis. –comenzó a explicar Ricardo- Hay muchos otros seres fuera de los mares. Y me gustaría ser como una jirafa. Tener sus patas y su largo cuello. 

- ¿Y cómo sabes eso? –le contestó enfadado uno de los atunes. 

- Me lo dijo una gaviota a la que se lo había dicho un elefante –contestó Ricardo. 

- ¿Y qué es un elefante? –preguntó otro curioso. 

Uno de sus compañeros contó lo que había oído sobre los elefantes hace algunos años, haciendo hincapié en lo hermosos que eran sus colmillos y lo excepcional de su trompa, una respuesta que dejó entusiasmados a varios miembros del grupo. 

- Eso no es nada. ¿No conocéis a la serpiente? Podría comerse a uno de nosotros de un bocado –con la intervención de un nuevo atún la conversación se animó. 

- No digas tonterías –otro compañero quiso dar su opinión- Eso es imposible. Yo prefiero ser un guepardo y correr muy rápido por el campo.

Ricardo comprobó que todos los atunes que compartían esa almadraba habían oído hablar de algún que otro animal y que también habían fantaseado con la idea de meterse en su piel. Todos quisieron expresarse, dejando claro sus deseos y cuál era el animal por el que suspiraban. La conversación se agudizó, provocando una revuelta que agitó la zona del mar donde se encontraban. El jaleo fue inmediatamente interrumpido por un ruido inconfundible. De repente, los atunes observaron que su almadraba se iba haciendo más y más pequeña, debido a que la red que les cercaba estaba siendo recogida. Era la manera en la que ellos, atrapados, saldrían a la superficie, donde tendrían que cumplir con su inevitable compromiso. Ricardo no sabía que esto ocurriría tan rápido. Algo parecido pensaron sus compañeros, cuyo nerviosismo no hacía más que ir creciendo. Justo era ese el momento en el que muchos se habían dado cuenta de lo maravilloso que podría ser vivir como otro animal. La red iba acercándose lentamente al exterior, dejando a los atunes amontonados mientras no paraban de moverse. 

- ¡No! ¡no!, ¡dejadnos! –gritaba uno- ¡Yo quiero ser un elefante! 

- ¡Y yo un hipopótamo! –exclamaba el que estaba a su lado.

Todos los atunes saltaban enfadados de un lado a otro de la red, aprovechando los últimos minutos de vida para manifestar sus repentinos deseos. Ricardo supo que nunca sería una jirafa y, pese a estar semanas deseándolo, no se agitó demasiado. Aceptó de la mejor manera posible el último paso de su vida, completamente resignado al que siempre había sido su destino.