sábado, 28 de julio de 2012

82 años (Microrrelato)

Nací. Lloré. Reí. Descubrí. Jugué. Corrí. Salté. Me ensucié. Comulgué. Hice amigos. Besé. Me enamoré. Me enfadé. Voté. Estudié. Me emborraché. Follé. Viajé. Leí. Me engañaron. Comprendí. Trabajé. Compré. Ahorré. Me independicé. Me casé. Tuve dos hijos. Luché. Me cansé. Tuve miedo. Engordé. Intenté volver atrás. Aparenté. Engañé. Bebí. Fumé. Recordé. Me arrepentí. Callé. Me asusté. Caminé. Dejé pasar el tiempo. Me aburrí. Dije adiós. Tropecé. Tomé medicinas. Paseé. Me senté. Escuché. Observé. Entendí. Añoré. Enfermé. Me cuidaron. Empeoré. Divagué. Esperé. Morí.

jueves, 26 de julio de 2012

Parado

Parado, inmóvil, quieto. Detenido en mitad de la vida. Con las ganas y la ilusión de llegar a mi destino, pero sin la posibilidad de mover un solo músculo de mi cuerpo. Paralizado en plena calle, mientras el resto de la gente continúa moviéndose de un sitio a otro. Observo como muchos de ellos también se van quedando parados, cada uno en una posición más ridícula que el anterior. Yo, con una pierna levantada dispuesto a dar el siguiente paso y con mi mano derecha dirigiéndose hacia mi cara, queriendo rascar mi nariz, para aliviar una sensación de picor surgida desde hace bastante tiempo. Soy consciente de que estoy petrificado como una de esas estatuas humanas que solo se mueven por unas monedas. Estancado, con mi HTC en la mano izquierda, mis Ray-Ban oscuras ocultando el rostro y medio paquete de Chesterfield en el bolsillo de atrás, intentando que el bulto se note lo menos posible. Un cuerpo inerte, en mitad de una avenida, justo en el centro de la carretera, expuesto a ser atropellado por cualquier vehículo y con el sol quemándome el cogote en el momento más radiante del día. Soy uno más de cientos, miles, millones. Quietos, inmóviles, parados.

miércoles, 25 de julio de 2012

Selección artificial

Volaba Darwin en su nave extraterrestre buscando explorar los rincones más recónditos del universo. Se acercó a un hipnótico planeta azul en el que todo parecía idílico y, entre toda la tierra que se presentaba ante él, se fijó en una pequeña península ni muy grande ni muy pequeña. Creyó que era el lugar perfecto para observar a las especies que allí vivían y completar así su investigación sobre la evolución y la vida inteligente en el universo, por lo que aterrizó allí su nave y se introdujo entre la nueva especie que había descubierto. Se trataba de una raza única. Individuos bípedos con capacidad para comunicarse y razonar y con la habilidad para adaptar el entorno a sus necesidades. Darwin sintió una gran curiosidad por conocer más de esa especie, por lo que decidió pasar años con ellos, observando con detalle su comportamiento y determinando las claves de su evolución. Quería saberlo todo: cómo vivían, cómo se relacionaban, en qué pensaban... No podía dejar de reflexionar sobre lo fascinante que se había convertido ese descubrimiento y la oportunidad única que aparecía ante él.

Tras unos meses, al extraterrestre le llamó la atención la complejidad de la sociedad en la que convivían esos seres, que había sabido que se hacían llamar humanos aunque esa raza en particular eran españoles. Su sociedad se movía en torno a un sistema creado por ellos mismos por el que tenían que trabajar cada día para conseguir una determinada cantidad de algo que llamaban dinero. Darwin descubrió que la cantidad de dinero que recibía una persona variaba de un trabajo a otro, aunque este fuera más peligroso o más importante para el desarrollo de su sociedad. Así, quienes administraban el dinero de otros recibían más cantidad de dinero que quienes, por ejemplo, se dedicaban a investigar mecanismos para hacer que la vida de los humanos españoles fuera más sana y duradera. Darwin supo entonces que en esa sociedad el dinero daba poder y permitía obtener una vida mejor. No entendía muy bien esta última idea, que se anteponía a eso que los humanos españoles llamaban derechos. Fue la primera característica que el extraterrestre estudió de los humanos españoles. Al parecer tenían un documento en el que quedaban registrados cuáles eran sus derechos, por lo que Darwin no entendia cómo era posible que los derechos de un humano español fueran diferentes a las de otro por el simple hecho de tener más dinero.

Las particularidades de la nueva especie descubierta crecían cuanto Darwin más estudiaba sobre ellos, incoherencias que dejaban al descubierto que se trataba de una especie llena de diferencias. Aún no sabía que el punto álgido de su investigación estaba por llegar. Se trataba del que se refería a la evolución, punto en el que el extraterrestre quería centrar su tesis. La reproducción de los humanos españoles estaba delimitada por quienes se hacían llamar gobierno, un conjunto de personas que establecía normas que el resto de individuos tenía que cumplir. Ese gobierno era el responsable de, por ejemplo, la dignidad con la que podían vivir los humanos españoles, aunque Darwin no tardó en comprender que ese no era uno de los aspectos por los que más se preocupaba el gobierno. Quizá por eso, le pareció tan raro que ese gobierno obligara a nacer a todos los nuevos individuos, aunque se pudiera determinar con antelación que ese individuo iba a nacer con problemas de salud y aunque el mismo gobierno no fuera capaz de garantizar que esos individuos tendrían todos los cuidados que necesitaran con independencia del dinero que tuvieran. Darwin supo que ese gobierno tampoco valoraba el sufrimiento que su norma podía causar, ya que estaba empeñado en defender la vida de cada uno de los humanos españoles nacidos o no nacidos. Le costó entender que pese a tener los mecanismos necesarios no defendiera que cada una de esas vidas fueran dignas, algo que reclamaban muchos de los individuos entre los que el extraterrestre convivió durante años.

El estudio de Darwin le llevó a hacer una reflexión sobre todo lo que había aprendido. En otras especies había visto que la supervivencia del individuo nacido dependía de la capacidad que este tenía para adaptarse al entorno que le rodeaba, aunque naciera con minusvalías o malformaciones. En aquellas ocasiones había decidido llamar a ese proceso selección natural. Pero ahora se encontraba ante algo diferente. En esta ocasión, gracias a su inteligencia, los humanos españoles habían adaptado el entorno a ellos, por lo que para vivir en él no importaba cómo se nacía. En cambio, basaban su existencia en el dinero que se tenía a lo largo de una vida y de eso dependía su supervivencia, su bienestar y su dignidad, tres características de las que los humanos españoles presumían. Después de un tiempo de estudio, decidió llamar a ese proceso selección artificial. Se marchó del planeta con el presentimiento de que su investigación tenía todos los ingredientes para convertirse en todo un éxito.

miércoles, 18 de julio de 2012

Cuatro flechas de recortes

Para quienes no hayan veraneado ni una sola vez en el sur de Cádiz, la frase "ya saltó el levante" no tendrá ningún significado. Pero quienes sí lo hayan hecho, o quienes tengan la suerte de vivir en un rinconcito de cualquiera de los paraísos de la costa gaditana, sabrán que tras esta frase nos esperan días de fuerte viento seco, el mismo que alborota peinados o hace que la arena seca ametrallee las espinillas de los que caminan por la playa. Normalmente, el anuncio viene acompañado de un "ojú", una expresión de malestar con la que los que vivimos aquí alertamos del desagrado que supone la aparición de este singular viento.

Un viento que, si pega con mucha fuerza, cuando en el telediario añaden tres o cuatro líneas blancas a una flecha señalando hacia la izquierda, te impide vivir con la normalidad con la que te gustaría. Las persianas no dejan de pegar contra los cristales de la casa, la basura de las calles vuela de un sitio a otro y aparece como una misión imposible acudir a la playa para disfrutar de una tarde de verano. Aún así, es curioso observar que siempre hay algunos que continúan con su rutina, por lo que deciden ir a la playa un día más, intentando llevar con normalidad una situación excepcional y soportando como pueden que la arena bañe cada uno de los poros de sus cuerpos. Este hecho demuestra que pese a las adversidades siempre hay personas con la capacidad de mantener la estabilidad de su vida, aunque para el resto resulte una hazaña o una locura seguir soportando esa situación.

En el resto de España, el levante ha saltado en forma de recortes y lo ha hecho con más fuerza que nunca, levantando un gran malestar entre quienes ya estaban hartos de soportar el picazón de la arena en sus espinillas. Ahora el viento de los ajustes económicos azota con intensidad, aunque todavía haya personas que quieran continuar con su vida, como los que deciden ir a la playa pese al fuerte levante. Por suerte, tenemos la capacidad de enfrentarnos contra cualquiera de las desproporcionadas medidas económicas que se están tomando estos días, ya que contamos con una ventaja que no nos la otorgan los vientos que se levantan en España. En esta ocasión, no nos enfrentamos contra la naturalieza, sino contra un sistema injusto con el que no podemos simplemente resignarnos, cruzarnos de brazos y acudir a la playa.

jueves, 12 de julio de 2012

Los mayordomos del poder

"¿Cómo quiere el señor que le sirva la portada? ¿Con un toque de azúcar? ¿Bien caliente?" Cuando pienso en algunos jefes eligiendo la portada de su periódico del día siguiente, me los imagino vestidos elegantemente, con una servilleta blanca cubriendo su antebrazo y acudiendo con la cabeza bien alta ante el tintineo de una campanilla. Quien la agita es el político de turno, que en algunos casos está en el poder y en otros se encuentra en la oposición y, así, vemos a su alrededor una serie de mayordomos que actúan de una manera u otra según les convenga a sus señores. Solo así le doy explicación al sinsentido en el que se han convertido las publicaciones de algunas portadas de periódicos españoles en los últimos años. Han pasado a ser una extrema versión, que roza lo paródico en muchos casos, del periodismo de partido en el que ha evolucionado la profesión que muchos decidimos dedicar nuestra vida, atraídos por una serie de valores que parece que se están perdiendo con el paso del tiempo. El motivo por el que se deciden estas publicaciones se encuentra en el agrado, no solo a un partido político, sino a todo un público, que prefiere ver parcialmente la realidad, como si el señor en el poder invitara cada día al lector a una cena en su mansión y el mayordomo se encargara de que la casa siempre se viera perfecta, aunque en realidad los cimientos de ese hogar se encuentren podridos.

Y todo este esfuerzo aparece como un trabajo absurdo en la era de las nuevas tecnologías, donde los usuarios de Twitter y Facebook son capaces de transmitir a miles de personas las manipulaciones vertidas por esos medios de comunicación. Solo hace falta que alguien avispado recupere portadas pasadas y las compare con las presentes para que en un instante nos demos cuenta de la suciedaz que hay impregnada en muchos despachos de las redacciones de periódicos. Pero hay que ir más allá. Después de meses llevando a cabo estas prácticas, es de sobra conocido el revuelo que aparece cuando un nuevo caso vuelve a suceder, por lo que no es descabellado pensar que hay quien juega con ese revuelo, consciente de que la creación de una nueva polémica es el último paso que le queda para que su periódico no caiga en el olvido, lo que le llevaría a grandes pérdidas que, si la selección natural del actual sistema económico sigue su curso, provocarían su desaparición del mercado. Ese es el motivo por el que no se le debe dar tanta publicidad a aquellos que juegan a maquillar la sociedad. Las consecuencias de su humillante desesperación por llamar la anteción solo debería ser respondida con indiferencia, el mayor de los castigos que se puede realizar hoy en día y el que más difícil resulta llevar a cabo cuando las intenciones son las de hacer daño.

Lo peor de todo, la gruesa capa de polvo que prácticas como estas echan encima de buenos profesionales, aquellos que aún siguen creyendo en el periodismo como arma contra las injusticias sociales. Eso que en su día se llamó tan acertadamente cuarto poder, un mecanismo que ha conseguido ser controlado por aquellos a los que había que controlar, consiguiendo a base de talonarios y favores que algunos no tengan problema en abandonar eso de la utopía del cuarto poder para convertirse en simples mayordomos. Unos trabajadores al servicio de aquellos que desean gobernarnos y que están dispuestos a hacer cualquier cosa para que sus señores queden satisfechos.

miércoles, 11 de julio de 2012

Mentir en el currículum

Me dispongo a redactar mi currículum. "¿Nivel de inglés? Pondré avanzado". Sé que si soy sincero tendré menos opciones de acceder al actual mercado laboral, así que me aventuro en el mundo del engaño. Lo afronto sabiendo que en los posibles procesos de selección a los que puedo enfrentarme tendré que recurrir a eso que llaman la picaresca española y que, si tengo un poco de suerte, lograré convencer a quien me vaya a contratar de que domino lo que exije, aunque sea algo en lo que en realidad flojee. Si el azar está de mi parte firmaré un contrato, por un año tal vez, y comenzaré a trabajar con ganas e ilusión, consciente de cuánto anhelaba estar en ese puesto de trabajo y con la presencia constante del miedo a que mi jefe requiera de mis conocimientos del inglés. En ese momento, cuando se descubra la mentira a la que le he sometido, lo más probable es que termine marchándome de la empresa, con una mano delante y la otra detrás, hayan pasado dos, cinco u ocho meses desde mi llegada. Mi fulminante despido se debe a una simple pero certera mentira en mi currículum, un documento que consta de un par de páginas donde la empresa se hace una idea de lo que puedo aportar a la empresa y de las habilidades que voy a desempeñar si accedo al puesto.

Si extrapolamos esta situación al mundo de la política, podemos decir que redactar un currículum se equipara a elaborar un programa electoral y que acudir a una entrevista de trabajo se encuentra al mismo nivel que realizar un mitín, una manera de exponerte frente al que (se supone) que va a ser tu jefe durante los próximos cuatro años si sales contratado. La gran diferencia entre ambas situaciones se encuentra en la solidez de ese contrato. El trabajador común cuenta hoy en día con un contrato frágil, susceptible de convertirse en papel mojado en cualquier instante gracias a que cada día que pasa se toman las medidas oportunas para que así sea. Y, dentro de esa delgada línea de seguridad, hay que contar con que se haya sido honesto, ya que si el trabajador ha mentido al afirmar que hará algo que después no puede realizar, será despedido fulminantemente cuando su mentira sea cazada. El contrato del político es muy diferente. No solo porque el suyo tiene una vigencia de cuatro años sino porque en el momento de ser contratado, cuando en la noche de las elecciones se designa al nuevo empleado que trabajará en Moncloa, el elegido se envuelve en eso que llaman la legitimidad de las urnas, un halo de esplendor que al parecer le da derecho a hacer lo que le venga en gana, aunque en su proceso de selección dejara las líneas claras sobre lo que llevaría a cabo si finalmente alcanzara ese puesto de trabajo.

"Haré cualquier cosa que sea necesaria, aunque no me guste y aunque haya dicho que no lo iba a hacer". Esta terrible frase salió de la boca de Mariano Rajoy el pasado mayo, seis meses después de que la ciudadanía le eligiera para cubrir el puesto que dejaba vacante Zapatero. Es cierto que en su proceso de selección Rajoy dijo poco, pero le bastó erigirse líder de un cambio que la ciudadanía necesitaba y que él no tuvo ninguna duda en prometer. "Lo primero, el empleo" o "No más IVA" fueron algunas de las consignas que usó meses antes de las elecciones, mentiras que en la actualidad han quedado más que demostradas. Mariano Rajoy no ha tardado ni un año en mostrar los engaños en los que basó su llegada al poder, algo que, para mí, hace perder cualquier tipo de legitimidad que le hayan podido dar las urnas. Desgraciadamente, en esta sociedad no tenemos ninguna ley que obligue a los gobernantes a cumplir con lo que prometieron, como mínimo en los doce primeros meses de su llegada al poder, y, mientras tanto, a ellos les basta con escudarse en que la situación era peor de la que esperaban para justificar cualquier medida que adopten, por mucho que hagan sangrar a una ciudadanía ya necesitada de transfusiones. Así, al igual que me ocurriría a mí tras poner en práctica mi verdadero nivel de inglés en mi empresa, cualquier político que llegara al poder a base de engaños debería ser despedido fulminantemente cuando sus mentiras quedaran en evidencia. Quizá así se pondría la primera piedra del proceso de higiene que necesita la política para descontaminarse.

martes, 10 de julio de 2012

27 palabras (Microrrelato)

Acércate, busca conmigo. Démonos ese frágil gusto hasta inventar juntos kilómetros. Las mentes numeran ñaques, oscurecidas por quienes rompen sueños. Tentadores urbes vaticinan whiskies xerófilos y zalameros.

lunes, 9 de julio de 2012

La técnica del avestruz

Es curioso como en la actualidad existe una profesión que consigue pasar desapercibida pese a que más de cinco millones de españoles estén en busca y captura de un trabajo desesperadamente. Quizá sea debido a que para llegar a ejercerla no hace falta entregar ningún currículum ni tampoco aparecen ofertas en el INEM o en las páginas de internet de búsqueda de empleo. Aún así, es una profesión que, por lo que podemos observar diariamente, da para vivir bien, te envuelve en una fina capa de respeto y te otorga la posibilidad de no afrontar la responsabilidades de tus actos, sobre todo cuando las consecuencias de tus decisiones son perjudiciales para los demás. Para que mis palabras no indiquen confusión, adelantaré que estoy hablando de la figura del político, esa profesión que se dedica a jugar con el bienestar del resto de personas y cuyo proceso de selección pasa por conseguir buenos apretones de manos, hacer jugosas promesas y salir en determinadas fotografías, para luego hacer y deshacer a su antojo o, para ser del todo correcto, al antojo de aquellos que con su dinero deciden realmente el destino de esta sociedad.

El currículum de un buen político no tendría por qué ser tan extenso. A diferencia de lo que piensan algunos no debería primar tanto sus estudios, ni siquiera su nivel de inglés. Un buen político debe estar empapado de todas esas características que desgraciadamente no se pueden demostrar con un certificado impreso. Honestidad, sinceridad, responsabilidad, justicia... Sé que mis palabras suenan utópicas, tanto que ni yo mismo me las llego a creer, y reconozco que es una lástima que algo tan básico suene tan irreal. Pero la presencia de los políticos en nuestra sociedad debe estar destinada a velar por el bienestar común, algo que en los últimos años parece que ha quedado en el olvido de la ciudadanía, acostumbrada a que precisamente sean los políticos quienes dificulten su rutina y les ponga trabas a los quehaceres de su vida diaria.

El punto más lamentable de esta profesión aparece a la hora de asumir responsabilidades. Mientras que el resto de personas tenemos que asumir tarde o temprano las consecuencias de nuestros actos, el político de hoy en día crea un sólido escudo alrededor de su cargo, con el que se protege de las reivindicaciones que se le hacen cuando su nefasta labor se hace pública. Es lo que podíamos conocer como la técnica del avestruz: ocultar la cabeza bajo tierra hasta que pasen los problemas, sin hacer declaraciones ni defensa alguna y escudándose en las ideologías de aquellos que les reclaman responsabilidades para sembrar una vez más la semilla de la guerra de las dos Españas (los de la izquierda atacan a los de la derecha porque son de derechas y viceversa). Así, el oficio de político continúa como si nada, pese a que su pésima labor sea uno de esos secretos a voces que todos terminan pregonando pero que nadie es capaz de asumir. Gracias a ellos, gracias a sus constantes negligencias, nos encontramos ante una de las profesiones más contaminadas de nuestra sociedad, con capacidad para hacer daño a un buen número de personas y con un sinfin de personal excedente del que nadie parece estar dispuesto a recortar. Estos aspectos nos dejan con la sensación de que cualquiera podría aspirar a realizar ese trabajo, pese a que ser político debería erigirse como una de las profesiones más selectas de todas a las que podríamos acceder hoy en día.

domingo, 8 de julio de 2012

De trabajadores, becarios y voluntarios

Trabajar para vivir o vivir para trabajar. Desde que la oí por primera vez, esta frase ha sido una de las más curiosas que me han parecido dentro de la amplia gama de refranes, juegos de palabras o expresiones que la sabiduría popular ha ido transmitiendo con el paso del tiempo. Una frase que te lanza el reto de definirte como persona, teniendo que elegir entre dos caminos que, aunque parecidos, se separan en la medida en la que uno decida cómo está dispuesto a enfrentarse a su trabajo. En la práctica, lo que quiere decir esta simple oración es que existen dos clases de personas: los que organizan sus vacaciones en su puesto de trabajo y los que no pueden dejar de pensar en sus obligaciones mientras padecen sus días de descanso. Aún así, todos ellos cuentan con el privilegio de trabajar o, mejor dicho, de ser recompensado económicamente por el trabajo que realizan, aunque eso de los sueldos a día de hoy orbiten alrededor del sistema de la inestabilidad.

Hasta hace unos años, en la escala evolutiva del trabajador, creíamos que el becario era la figura inicial, ésa que, al igual que el mono, camina encorvado debido a la cantidad de trabajo con la que se le carga a sus espaldas. En el mundo del periodismo, el que conozco de cerca, la explotación de esta figura ha permitido que se consiga la publicación y la emisión diaria de muchos periódicos e informativos en estos tiempos de crisis. Los directivos de los medios de comunicación han recibido con los brazos abiertos la posibilidad de contar con una serie de pesonas dispuestas a realizar el trabajo de cualquier empleado de su plantilla, eso sí, a un módico precio. El negocio es evidente. La lógica dice que si accedo a un grupo de personas que me harán el mismo trabajo que mis empleados por un precio muy inferior, puedo contar con ellos para no solo mantener mi medio de comunicación sino para recortar la plantilla cuanto sea necesario, convirtiendo al becario en un traidor involuntario, que llega al medio con las ganas de darse a conocer y sin reflexionar sobre las consecuencias que puede tener aceptar cualquier cosa a cualquier precio. Como digo, esta situación se ha dado hasta hace unos años, puesto que en la actualidad ya son muchos los medios que ni siquiera han aguantado con esta práctica y su situación económica les ha llevado al recorte drástico de plantilla o, como último remedio, el cierre. Todo ello sin que se hayan producido, que se sepa, recortes drásticos en la nómina de sus directivos, que hasta el último momento han seguido cobrando sueldos que permitirían mantener a decenas de empleados o, en su caso, a cientos de becarios mensualmente.

En la actualidad, en el punto más alto de la crisis y más bajo de nuestras esperanzas e ilusiones, en la escala evolutiva del trabajador ha surgido una nueva figura inicial. Se trata del voluntario o, dicho de otra manera, la persona que accede a trabajar en una empresa de manera gratuita ("es que estamos en crisis y no podemos pagarte nada") pero que accede a cumplir con una serie de requisitos como si de un trabajador más se tratara, como el horario o la estancia mínima. Lo único que ofrecen a cambio es la experiencia, algo que en muchos casos solo serviría como simple adorno de currículum. La explotación a la que asistíamos hasta ahora sube un nuevo peldaño, dirigida a quienes aún no han tirado la toalla y siguen intentando trabajar en algo relacionado con lo que han estudiado. Un sueño, tal vez, una ilusión que no se ajusta a la realidad en que vivimos pero, sobre todo, un negocio del que muchos comienzan a aprovecharse, como si trabajar para ellos fuera un acto de caridad o como si el halo que envuelve a las grandes empresas les diera legitimidad para convertir voluntad en trabajo, como si de una ONG se tratara. Y, aunque no paren de quejarse, de la situación económica, de los políticos, de las empresas, de las universidades... buena parte de la culpa sigue recayendo en esas miles de personas, desconocidas y desamparadas, que con cada nueva concesión que están dispuestos a realizar cavan más profunda su propia fosa común. Ellos siguen buscándose la vida para trabajar, aunque el trabajo no les vaya a dar para vivir.