sábado, 7 de enero de 2012

Doce años después (Microrrelato)

Hoy toca publicar un microrrelato que presenté a concurso hace algunos meses. Quería reflexionar sobre la rutina y el desgaste al que se enfrentan las relaciones con el paso de los años. Al final no gané.

Doce años después:

Los corazones acumulan polvo mientras las manecillas del reloj ralentizan el ritmo de su paseo por el tiempo. Lágrimas secas decoran los rostros de quienes se sientan en la mesa, donde los cuchillos ya no matan solo acarician. La luna, incrédula, se aleja cuanto más angustioso es el silencio. No salen palabras de sus agrietados labios pero ambos, dominados por sentimientos que nunca sintieron, escuchan atentamente lo que no se dicen. Sus deseos se entretienen en aquello que dejaron atrás. No se atreven a dar el último paso, aunque saben que solo la oscuridad puede llegar a iluminarles.

jueves, 5 de enero de 2012

Si los Reyes fueran los padres

Cada vez son más el número de desalmados que existen por ahí empeñados en hacernos creer que los Reyes Magos son los padres. Quizá alguna colonia o algún pijama recibido años atrás tenga algo que ver con tal afirmación, ya que quienes se encargan de revelarnos el que dicen que es el secreto más oscuro de nuestra infancia lo hacen motivados por una fuerte resignación. Resignación a crecer, tal vez, o resignación a aceptar la crueldad de la realidad que nos rodea. Aún así, enternece ver cómo hay algunos que mantienen la ilusión por la llegada de esos tres señores que vienen desde Oriente con la intención de repartir millones de regalos en una sola noche. Observar su inocencia y el brillo de sus ojos tras el paso de la cabalgata hace que merezca la pena todas las discusiones que hayamos tenido para que el bocazas de turno se contuviera y no hablara más de la cuenta.

Pero, para ser sinceros, tengo que reconocer que a mí no me importaría que los Reyes Magos fueran mis padres. No sería una razón para deprimirme ni volvería mi vida más oscura, ni mucho menos se perdería la magia que envuelve la noche del 5 de enero. Si al final es cierto, si lo que algunos se empeñan en repetir constantemente es verdad, solo nos estarían dando motivos para estimar aún más a los que nos rodean. Aquellos que siempre han estado dispuestos a darnos lo mejor que estaba a su alcance, trabajando sin descanso para que no nos faltara nada. Ellos son los que se han pasado noches en vela cuando la fiebre dominaba nuestro cuerpo, quienes han madrugado diariamente para costear colegio, clases particulares o la aventura de cualquier afición con la que nos sintiéramos atraídos a lo largo de nuestra infancia. También son los que se han esforzado por darnos el mejor futuro al que podíamos aspirar, aunque la realidad hoy vaya un paso por delante y nos hayamos tenido que despertar de golpe del sueño de conseguir ese futuro perfecto.

Como cada noche de Reyes, me dispongo a dejar al lado de la ventana un vaso de leche y un plato con galletas para que Sus Majestades puedan coger fuerzas para continuar con su viaje. Aunque, pensándolo mejor, preferiría que fueran mis padres quienes terminaran devorando mi obsequio, tras levantarse sigilosamente en mitad de la noche y colocar sus regalos en un punto estratégico del salón. Me daría más razones para reforzar el orgullo que siento por ellos.

miércoles, 4 de enero de 2012

Lo que le falta a Barbate

Vivo en un pueblo que cuenta con una de las mejores materias primas para convertirse en ese lugar en el que todo el mundo necesita perderse alguna vez en la vida. Siento si esto no suena muy humilde y si alguno cree que por tratarse de mi lugar de origen estoy siendo terriblemente exagerado. No es verdad. Quien se haya sentado en el espigón del puerto de Barbate contemplando las olas, quien haya tenido la suerte de observar uno de los atardeceres en Zahara de los Atunes o quien se haya tumbado en la arena de Caños de Meca una noche de verano para ver las estrellas sabe que lo que digo es cierto. Barbate lo tiene todo. Si los lugares que hoy han sobrevivido a la vorágine del ladrillo pueden estar orgullos de su entorno, Barbate puede presumir de tener uno de los medios naturales más completos. Tiene mar, un mar que ha dado de comer a los barbateños desde mucho antes que los ancianos que hoy viven por aquí llegaran a este mundo y que aún hoy sigue brillando cuando el sol pega con fuerza. Tiene tierra, una tierra que en ocasiones se erige presuntuosa en forma de acantilado o se enlaza con tranquilidad con el mar dando lugar a unas marismas que se pierden en el horizonte. Y también tiene aire, un aire que a veces pasa desapercibido por eso de que no lo vemos, pero que nuestros pulmones agradecen eternamente cuando pasamos una tarde de domingo en el parque natural o cuando somos premiados con un paseo en barco por la costa. Barbate lo tiene todo. Y precisamente por eso, y como consecuencia de una de esas paradojas extrañas que nos da la vida, a veces puede parecer que no tiene nada.

En el río, justo en la parte que coincide con la lonja vieja, hoy reformada, hay un barco varado que lleva allí más de lo que mi memoria puede recordar. Ese barco nos ofrece la mejor metáfora de la situación en la que en la actualidad se encuentra Barbate. Junto a una lonja ya en desuso, encallado y podrido, está siendo consumido lentamente por el mar. Continúa esperando, no se sabe muy bien a qué, y soporta como puede todos los inconvenientes que le van surgiendo con el paso del tiempo. Así es como siento que está Barbate y como lleva sufriendo desde que parte de sus terrenos fueran concedidos al Ministerio de Defensa para que allí se realizaran prácticas militares. Desde entonces, Barbate ha aguantado como mejor ha podido, como ese barco varado a orillas del río, cada una de las bofetadas que les han ido dando aquellos de cuya mísera firma depende que un pueblo se desarrolle como merecen sus ciudadanos.

El tiempo ha pasado y el casco de Barbate sigue pudriéndose. El pueblo ha quedado encerrado en su propia trampa, rodeado por unos terrenos utilizados por el Ejército para hacer sus prácticas anuales y por las virtudes pero también limitaciones que supone contar con un parque natural. Expandirse es imposible. Pero desarrollarse a partir de lo que ya existe no está siendo tarea fácil. En la actualidad el Ayuntamiento vive al borde de la quiebra, provocado por el escaso dinero que ha llegado desde fuera pero también por la mala administración que de él han hecho los gobernantes locales. Los que se ganan la vida en el mar han visto como de la noche a la mañana se rompía el acuerdo que permitía que lo siguieran haciendo como hasta la fecha. Barbate también sigue esperando su centro de salud, aquel que le permita recibir una sanidad decente y su nueva depuradora, la que haga que los vecinos no se tengan que volver a cuestionar si el agua en la que se bañan es la adecuada. Barbate sigue esperando, mientras algunos nos comenzamos a preguntar si el pueblo está destinado a ser un socavón en Andalucía, sobre todo después de comprobar en qué se ha convertido el parque Infanta Elena en el que algunos pasamos nuestra infancia.

Como decía al principio, Barbate tiene una de las mejores materias primas, pero nadie ha sabido o ha querido pulirla. En vez de eso encontramos un pueblo abandonado a su suerte, empecinado en descubrir si lo que depara el futuro puede ser aún peor, pero sin fuerzas para exigir lo que le corresponde. Por eso, lo que hoy reclama nuestro pueblo es conciencia, esa que nos permita valorar el lugar en el que vivimos, sus oportunidades y su riqueza. Y a partir de ahí, Barbate necesita unión, empatía para convertir los problemas de unos en los problemas de otros y mantener el rencor y el resentimiento solo hacia aquellos que siguen empeñados en que nuestro pueblo siga encallado. De esa forma le podremos demostrar a quienes nos quieren hundir en la miseria que estamos dispuestos a pelear duro por nuestro pueblo. Barbate lo merece.

martes, 3 de enero de 2012

Modelos a evitar

Conozco a alguien que conoce a alguien que imparte clases particulares. No lo hace por vocación, sino motivado por la idea de tener una fuente de ingresos. Lo que en otra época se podría considerar como un aporte extra de dinero hoy se ha convertido en un aporte único para muchos jóvenes. Terminada la carrera universitaria, la misma que muchos nos alentaron a realizar haciéndonos creer que nuestra vida sería coser y cantar cuando la terminásemos, ahora hay que buscarse la vida y, en algunos casos, ese camino pasa por convertirse en profesores particulares de primos, sobrinos o hijos de vecinos. Ellos, o sus padres mejor dicho, buscan a alguien que refuerce los contenidos en los que sus hijos flojean, pero en pocas ocasiones son conscientes de que también están eligiendo un modelo en el que sus hijos se van a fijar.

Quizá como consecuencia de la sociedad que hemos creado, en la que más eres cuanto más tienes, y por culpa de lo avispado que son los niños, estos alumnos no solo atienden a las explicaciones que dan sus inesperados profesores, si no que observan la vida que ellos llevan al margen de las clases. Una vida llena de miseria marcada por el paro y por un futuro ennegrecido que nadie parece dispuesto a blanquear. Una vida sin posibilidad de independencia, en la que la prosperidad depende de lo llenas que estén las arcas familiares en cada casa, las mismas arcas que llevan años vaciándose para cubrir necesidades cada vez más básicas.

Y en este contexto encontramos al conocido de mi conocido. En mitad de una de esas clases, centradas en las ecuaciones o en el análisis de oraciones, hubo un momento en que las energías del alumno decayeron, por lo que el profesor se vio obligado a animarle. Le transmitió el consejo que él mismo recibió en el pasado y que le decía que debía estudiar lo máximo posible para labrarse un buen futuro. Pero en esta ocasión el alumno, que de tonto no tiene ni un pelo, no se cortó. Se encaró con su profesor, disgustado por la clase de hipocresía que estaba recibiendo de alguien que decía que estudiar es una pieza esencial en el desarrollo de cualquier persona. "¿Para qué quieres que estudie? ¿Para acabar como tú?".

Son preguntas para las que hoy en día no hay respuesta o, si las hay, encontrarlas es una tarea difícil, sobre todo si se permanece en el charco de mierda que algunos han creado. Es en este charco en el que se encuentran miles de jóvenes parados, sin oportunidad de experimentar la dignidad que otorga ejercer el trabajo para el que han sido preparados y sin una decente remuneración económica, muy lejos de los ridículos 641€ en los que está establecido el salario mínimo actual o las cantidades irrisorias que se otorgan en algunas prácticas. Gracias a las labores de Gobiernos, sindicatos, empresarios... la nuestra no solo se está erigiendo como una de las generaciones perdidas que da la historia, sino que tampoco somos capaces de establecernos como modelos de aquellos que nos siguen. El charco de mierda, poco a poco, se hace más profundo.