domingo, 2 de diciembre de 2012

Las 12 vergüenzas con las que España terminará 2012

A poco menos de un mes para despedir 2012, avanzamos hacia un nuevo año con el miedo de quien se adentra en lo desconocido, manteniendo una vaga esperanza de que el futuro que nos espera no pueda ser peor que el presente en el que nos encontramos. 2012 no ha sido un buen año. Hemos dejado de vivir para comenzar a sobrevivir. Mientras tanto, España ha sacado a relucir sus vergüenzas, muchas más de las que cualquier ciudadanía puede soportar. Mientras, el poder ha dejado en evidencia su escasa voluntad para arreglar los cimientos de nuestra democracia, que se encuentra corrompida por doce hechos ruines que la han ido deteriorando con saña en los últimos meses:

- El paro: la lacra que no cesa. No se vislumbra en el horizonte una mejoría a una de las lacras que está asfixiando a la sociedad española. El número de parados sigue subiendo, amenazando con no mostrar su límite a la vez que el Gobierno sigue sin ofrecer soluciones. Es lamentable la falta de un plan de acción para mejorar las cifras del paro, pese a que su lucha suele ser la primera de las promesas electorales en épocas de campaña.

- Desahucios: apaleando al pobre. En los últimos meses hemos asistido a la última maniobra de los bancos: firmar desahucios con una mano mientras que con la otra reciben los cheques que le llegan con dinero público. Miles de familias se han visto en la calle por culpa de una orden de desahucio. Lo peor de la situación ha sido observar la respuesta política que, tras años permitiendo estas operaciones, ha querido solucionar el problema con una medida irrisoria que llega mal, tarde y solo cuando la presión social ha aumentado tras una serie de suicidios que se podrían haber evitado.

- Indultos: la carta bajo la manga. El indulto permite que un Gobierno con intereses políticos influya en las decisiones tomadas desde el poder judicial, un ejemplo más de la nula separación de poderes que existe en España. El Consejo de Ministros de turno tiene la herramienta para borrar sentencias judiciales y curiosamente este recurso ha favorecido sobre todo a políticos, banqueros o, como en uno de los más recientes casos, policías condenados por prácticas de torturas.

- Antidisturbios: los nuevos perros de caza. El alto número de manifestaciones que se realizan en la actualidad ha llevado a que los antidisturbios obtengan más poder del que hasta ahora parecía. O quizá nunca dejaron de tenerlo y le tengamos que dar las gracias a que la sociedad actual no es como la de antaño y hoy cualquiera pueda grabar con su cámara actuaciones policiales que dejan mucho que desear. Policías sin conciencia social, abusando de su autoridad, sin placa de identificación y con prácticas más que dudosas dirigidas a intimidar a una sociedad que encuentra en sus salidas a la calle el último recurso para luchar contra las numerosas desigualdades que está provocando la crisis.

- Recortes sociales: reduciendo el oxígeno. La última medida que debería llevar a cabo un Gobierno es la de dar luz verde a recortes en sanidad y educación. En España, estos recortes no solo se han tomado a la primera de cambio (por delante de muchos otros), sino que se ha intentado acusar a la población de ser la culpable de que se produzca, como consecuencia de los abusos que esta ha cometido en el pasado. No hay nada más ruin, sobre todo si tenemos en cuenta que al mismo tiempo conocemos que hay quienes no pierden sus privilegios económicos, como la Iglesia o los propios políticos, o quienes tienen un trato preferencial a la hora de pagar sus impuestos solo por tener algunos ceros de más en su cuenta bancaria.

- Amnistía fiscal: la reverencia al estafador. Otro de los mayores insultos a la ciudadanía que se ha cometido en los últimos meses. En España, como en muchos otros países, se le tiene miedo al rico, que parece que se las sabe todas en esto de evadir impuestos. Con esta medida el Gobierno no solo demuestra su incapacidad para hacer frente a quien no cumple con la ley, sino que manifiesta su intención de perdonarle sus fechorías mientras en los casos de desahucios, por ejemplo, ha preferido mirar hacia otro lado.

- Trato de favor a la banca: el guiño a la riqueza. En una situación de empobrecimiento de la población, llama la atención la delicadeza con la que el poder político trata a los bancos y los individuos que giran a su alrededor con la capacidad de lucir un sueldo millonario o una compensación generosa por unos dudosos servicios prestados. Este trato de favor continúa mientras las entidades bancarias no muestran inconvenientes en perdonar deudas a partidos políticos, entrando en una espiral de protección mutua en la que el único que sale perjudicado es el ciudadano.

- La manipulación del periodismo: portadas que dan asco. Este 2012 será recordado como el año en el que parte de la prensa escrita abandonó su intención de informar (si es que la tuvo alguna vez) para dedicar sus fuerzas a adoctrinar a la población. Estos periódicos han dejado en la memoria un sinfin de portadas bochornosas con las que han manifestado su acercamiento ideológico al partido político que profesan, aunque sea a costa de humillar y desprestigiar a una gran mayoría de ciudadanos.

- La ley electoral: un reparto injusto. Durante este año hemos continuado observando impotentes las consecuencias que se originan a través de una ley electoral gracias a la cual cada día la ciudadanía se encuentra menos representados. A través de ella, un partido político puede hacerse con la mayoría absoluta de un Congreso sin obtener más de la mitad de los votos en unas elecciones u otro puede quedarse sin representación aunque sí obtenga el respaldo de un buen número de españoles. Los políticos se aferran a que nuestra ley electoral permite que en el Congreso de los Diputados haya mayor representación provincial de la ciudadanía, como si, una vez elegidos, no nos diéramos cuenta que el trabajo que realizan sobre sus provincias se aleja mucho de la defensa prometida y es tirada por tierra cuando los diputados deben someterse a la disciplina de partido en cada votación.

- Realeza coja: un reinado de otro tiempo. Los escándalos que han salpicado a la monarquía española ponen de manifiesto que la corrupción del poder también afecta a las más altas esferas del mismo. Así, nos encontramos ante una monarquía que cada vez nos hace sentir menos orgullosos, algo que provoca que se comiencen a disipar los agradecimientos que se le tenía por los servicios prestados en el pasado. Incluso el debate entre monarquía o república empieza a estar anticuado, surgiendo la necesidad de encontrar un sistema político que se encuentre realmente controlado por la ciudadanía y que sea lo más representativo posible.

- Soberbia política: alergia a las dimisiones. El paso de los años nos está dejando con la sensación de que estamos ante un grupo de políticos incapaces de asumir los errores que han cometido bajo su mandato. Quizá por eso, el mundo de la política haya llegado a 2012 con una de las peores valoraciones dadas por la ciudadanía, que observa atónita cómo sus representantes prefieren aferrarse a la presunción de inocencia en vez de garantizar que el pueblo tenga el mejor gobierno posible. Así, encontramos una serie de personas que pese a que lleven a cabo una pésima gestión de sus competencias son incapaces de entonar el mea culpa y marcharse por la misma puerta por la que han venido con algo de dignidad.

- Promesas incumplidas: la estafa electoral. Parece increíble que un partido político en plena democracia pueda llegar al poder a través de una serie de promesas que no han sido cumplidas con posterioridad. Un programa electoral ha pasado de ser una hoja de ruta para convertirse en un mero anuncio publicitario, dirigido a atraer los votos de aquellos que se dejen entusiasmar con facilidad. Es la enésima prueba de la indiferencia que el poder político actual muestra con los ciudadanos, a los que trata como una panda de borregos de los que solo se puede aprovechar cada cuatro años.

martes, 27 de noviembre de 2012

Parábola de los dientes limpios

Desde que tengo uso de razón recuerdo a mi madre obligándome a cepillar mis dientes. Para ello tenía un cepillo de plástico duro, idéntico al de cada miembro de mi familia, que solía ser reemplazado por otro cuando su pelaje daba síntomas de estar desgastado. Así viví mi infancia después de quedarme sin piezas dentales para canjear por monedas y, gracias a las imposiciones de mi madre, crecí sin apenas una caries que me obligara a visitar al temido dentista. Además, recuerdo que éramos fieles a una sola pasta dentrífica, una del mismo color blanco que queríamos tener los dientes.

Terminó la década de los noventa y nosotros seguíamos con nuestra rutina de higiene bucal. El resultado había sido más que decente, aunque no pudimos evitar alguna que otra caries o enfrentarnos a épocas en las que los cepillos no podían ser recambiados. Pero aún así estábamos contentos y todos soñábamos que algún día tendríamos los dientes tan blancos como veíamos en las sonrisas del cine y la televisión.

No fue hasta la llegada del nuevo milenio cuando las cosas comenzaron a cambiar. Tuvimos la oportunidad de comprarnos cepillos de dientes mejores, o al menos así lo marcaba su precio, y además le dimos la bienvenida a nuestro aseo a multitud de pastas diferentes, para todos los usos y de todos los colores. Nuestras bocas experimentaban nuevas sensaciones y, por primera vez, nuestro aliento le estaba muy agradecido a nuestro bolsillo.

Las cosas mejoraron unos años después. Fueron los años en los que el cepillo de dientes eléctrico llegó a casa. Toda una novedad. Ese cepillo era una revolución en el mercado y, aunque su precio era mucho más elevado, la moda, su diseño y su seductora publicidad provocaron que no nos lo pensáramos y adquiriéramos cuanto antes un cepillo eléctrico para cada miembro de la familia. Fueron años gloriosos en los que casi no teníamos que hacer esfuerzos para limpiarnos los dientes, al mismo tiempo que seguíamos comprando todo tipo de pastas posibles. Nunca habíamos tenido la boca mejor cuidada, gracias a un gran número de utensilios que jamás pensamos que podríamos tener.

Pero llegó el 2008 y a partir de ahí las cosas empeoraron. Sin saber explicar realmente por qué, los recambios de nuestros cepillos comenzaron a llegar con más retraso. Hubo ocasiones en las que tuvimos que limpiarnos con los pelos del cepillo consumidos y descoloridos por el tiempo y otras en las que ni siquiera estaba cargado para usarlo con comodidad. La mala situación nos hizo retroceder al pasado y poco tiempo después decidimos que lo mejor era volver a nuestros cepillos originales, con los que habíamos crecido. Así transcurrió 2012, cada uno con un corriente cepillo de plástico y encontrándonos en situaciones en las que teníamos que apretar con fuerza el frío tubo de la pasta para que saliera una mínima cantidad de crema con la que pudiéramos limpiarnos una vez más.

Pese a vacías promesas y falsas expectativas nos adentramos en el 2013 con la peor higiene bucal que hemos tenido nunca. Ya ni siquiera podemos adquirir nuevos cepillos de plástico para reemplazar los viejos y no tenemos posibilidad de tener una buena pasta con la que vencer a la caries. Incluso ahora hay situaciones en las que tenemos que recurrir al dedo índice para frotarnos la boca mientras nos miramos con cara de tonto en el espejo. Aún así, los esfuerzos son inútiles. Llegamos a 2013 con los dientes perforados, luciendo un repugnante color amarillento y con la seria advertencia de que alguna pieza desaparecerá en breve.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Cuestión de tiempo

Me obsesioné. A medida que el reloj giraba sobre su lógica natural dediqué todas mis fuerzas a apoderarme de su supremacía. Deseaba su poder. La vida me había mostrado los momentos en los que se dividía y yo no tardé mucho en descubrir que no los querría a todos por igual.

A veces sentía el deseo de conventir los segundos en horas. Buscaba eternizar las frías noches de invierno en las que dormía abrazado a él, las cenas especiales que reunían a la familia o los números rojos del calendario que me volvían a encontrar con mis amigos, forzosos soldados en la guerra del desgaste temporal.

En otras ocasiones, en cambio, mi ambición se centraba en acelerar el minutero. Quería evitar las situaciones de angustia, despejar la incertidumbre que desdibujaba mi futuro o, envenenado por el ansia, saltarme los huecos que se anteponían a ese momento que llevaba tanto esperando.

Hubo días en los que quise detenerlo para inmortalizar ese primer beso. En otros soñaba con viajar a través de él. Así podría volver atrás y disfrutar de un instante junto a quien dejó de existir o avanzar a esa otra época que mi mente suponía que sería inmerojable.

En todos esos intentos siempre obtuve el mismo fracaso. Me tuve que conformar con ser un soñador y continuar resignado una vida que solo obedecía a las leyes del tictac. Me aferré a la supervivencia que marcaba cada segundo. Sin capacidad para luchar. Esclavo del reloj. Consumido por el tiempo.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Hijos de puta

Nunca he sido partidario de insultar a nadie. No me gusta perder las formas y soy de los ingenuos que pensaban que las cosas se podían arreglar votando, discutiendo  o, como mucho, gritando en cualquier calle. Pero ya he votado, discutido y gritado demasiado. Con todas esas acciones he tenido siempre el mismo resultado, así que no me queda otro remedio que recurrir al insulto primitivo, a las palabras llenas de cólera, a la manifestación verbal de la rabia que lleva creciendo en mi interior desde hace más tiempo del que puedo calcular.

Quizá me vea así porque en la vida no he tenido más aspiraciones que la de estudiar una carrera universitaria e intentar conseguir un trabajo decente con el que mantener una vida digna. O quizá sea porque carezco de esa capacidad de jugar con las personas que sí han demostrado tener sus señorías desde que tengo uso de razón. Ahora las palabras digno y decente se alejan de mi vida, aunque tengo que reconocer que a estas alturas no es mi vida la que más me preocupa. Aún estando en el paro, sin futuro próspero en el horizonte y con una rutina que arrasa con todas las ilusiones que he tenido desde niño, soy consciente de que tengo que estar agradecido, sí, agradecido, de tener alrededor a una familia que es capaz de mantenerme económicamente aunque siga sufriendo recortes en sus salarios. Qué paradoja. Llegar hasta aquí, convertirme en un deshecho social y que ahora, encima, tenga que dar las gracias por lo que aún no me han quitado, como si lo que mi familia ha alcanzado durante estos años se deba mantener gracias a la caridad de cualquiera de sus señorías. O de sus lacayos.

Reconozco que habéis ganado muchas batallas. Habéis adoctrinado a muchas mentes, que a su vez han adoctrinado a otros que han conseguido que ahora yo me sienta tan hundido pero a la vez tan agradecido. Pero no me quito de la cabeza que si me siento así es, sobre todo, porque no paro de observar día tras día lo desgraciada que se ha vuelto la vida de muchos como consecuencia de vuestra labor. Habéis jugado con nosotros a vuestro mezquino juego de la democracia, repartiendo las cartas e improvisando las reglas cuando mejor os ha convenido. Nos habéis hecho creer que éramos útiles, que nuestra opinión contaba para algo, que ibáis a velar por nuestra seguridad y por nuestro bienestar. Y luego, cuando habéis conseguido el número suficiente de votos dóciles, esos que os dan la libertad para hacer lo que os venga en gana sin preocuparos nada más que por vuestra comodidad, nos habéis dado la patada, alejándonos de vuestro lado y en algunos casos escupiendo en nuestros deseos, nuestras aspiraciones, nuestras vidas.

Lo habéis hecho cada cuatro años, poniendo la sonrisa de mármol en la fotografía de campaña y cerrando acuerdos con los mezquinos adinerados a nuestras espaldas, dándoles la oportunidad de gobernar un país y por ende nuestros destinos, para que sus fortunas siguieran multiplicándose.Y ahora, cuando las nefastas consecuencias de vuestros actos son más que evidentes, continuáis con vuestra burla, con vuestra arrogancia, pidiéndonos que sigamos a la espera, que aceptemos sin reproches vuestras decisiones y, sobre todo, que no os faltemos al respeto en favor de nuestra democracia.

Sois vosotros los políticos basura que habéis pisoteado la Constitución, si es que esa carta de derechos sirvió alguna vez para algo. Sois vosotros los que sacáis a pasear por los pasillos del Congreso vuestras aportaciones a la sociedad con la cabeza alta mientras esperáis órdenes del capitán, marioneta de turno de la riqueza manchada de sangre de este país. Sois vosotros los que carecéis del valor para enfrentaros a aquellos que siguen torturando a esta sociedad. Sois vosotros los que dejáis que nos pudramos en la miseria, llevando a las consecuencias de la desesperación a quienes se ven sin nada de la noche a la mañana. Sois vosotros los que solo reaccionáis cuando sentís el miedo acariciando vuestro cuello. Sois vosotros los miserables. Sois vosotros los hijos de puta.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Serpentinas

Desde la ventana, un hombre miraba al exterior con melancolía, aunque realmente ese no era el sentimiento que debía expresar su rostro ante lo que anhelaba. Buscaba encontrar el amor, conocer a la mujer que le hiciera sentirse vivo y con la que envejecer el resto de sus días. Se fijó en un niño que jugaba en el parque más próximo al edificio donde se encontraba. Aquel niño no paraba de correr de un lugar a otro. Parecía feliz, a pesar de que su única compañía era una pelota vieja.

Una de sus patadas envió el balón hasta el extremo de acera que bordeaba el parque. Un hombre con mucha prisa se paró para acercar el esférico al niño. Tras su buenhacer, el hombre continuó su camino aún con mayor rapidez. Llegaba tarde a una entrevista de trabajo para la que se había puesto su mejor camisa, ya manchada por el sudor que desprendía su cuerpo. La mala suerte quiso que un semáforo en rojo detuviera su camino una vez más.

Un instante después, un autobús pasó por el cruce que controlaba con frialdad el semáforo en el que se detuvo el hombre con prisa. En ese autobús viajaba una adolescente que miraba por la ventana a ningún lado. Su abuelo había sido ingresado recientemente en el hospital y la joven solo podía pensar en su más pronta recuperación.

Tres paradas más tarde, del mismo autobús donde viajaba la adolescente preocupada, se bajó un inmigrante dispuesto a continuar con su jornada laboral. El calor y la gran manta que cargaba al hombro tenían buena culpa del agobio que en ese instante soportaba. No le apetecía ponerse en mitad de la calle vendiendo complementos falsificados mientras que con un ojo vigilaba la llegada de la policía y con el otro atendía a su clientela.

Cerca de la parada de autobús donde se bajó el inmigrante, mientras este caminaba pensando en los pormenores de su vida, tropezó con un joven despistado que en sus manos portaba varias carpetas de colores. Después de disculparse amablemente, el chico entró en el edificio donde su jefa llevaba esperándole más de treinta minutos. El joven había tenido que llevar a su sobrino a la escuela después de que su hermana cayera enferma y llegaba tarde a su trabajo.

Cuando llegó a la oficina, dejó las carpetas de colores en la mesa del despacho de su jefa. El chico se marchó bajo su mirada de advertencia. Acto seguido ella se volvió y continuó mirando por la ventana, preguntándose dónde se encontraba el hombre que le hiciera sentirse viva y con el que envejecer el resto de sus días.

jueves, 18 de octubre de 2012

Tarde de gatos

Pedrito Martínez se disponía a enfrentarse a su mayor reto. Había trabajado con gran esfuerzo para la tarde que se le presentaba, momento en el que había citado a conocidos y curiosos para presenciar su espectáculo. A sus escasos once años había conseguido ser reconocido como el niño capaz de enfrentarse con gran maestría a las bestias que rondanban la ciudad en la que vivía. Sus hazañas se transmitían de parque a parque, en cada recreo y en los descansos de aquellos que estaban obligados a asistir a clases particulares durante la tarde. La curiosidad ante su anunciada puesta en escena había logrado que un buen número de niños asistiera al descampado que había detrás de un cine en obras minutos antes de las cinco de la tarde, hora a la que Pedrito Martínez desafiaría una vez más a su destino.

El sol pegaba con fuerza de verano pese a que la primavera acababa de estrenarse. El público se agolpaba detrás de la valla de metal que cercaba el descampado, dando protección y a la vez un buen lugar de visionado para aquellos que no querían perder ningún detalle. Justo cuando la impaciencia comenzaba a hacer acto de presencia, el protagonista de la tarde hizo su aparición. Pedrito Martínez se coló por una de las deterioradas rendijas de la valla y se introdujo en el descampado para llevar a cabo su cometido. Caminaba con la cabeza alta y sin inmutarse por el clamor del público, que aplaudía ante la llegada del héroe infantil. Pedrito Martínez llevaba consigo todo lo necesario para su actuación: un mechero y un paquete de petardos que guardaba en el bolsillo y por el que se había gastado el dinero acumulado en las últimas seis pagas que había recibido de sus padres. Una vez que llegó al centro del descampado saludó a su público y se dispuso a ofrecer el gran espectáculo que todos los asistentes esperaban disfrutar.

No tardó en fijar su mirada en el que sería su objetivo. Había ensayado mucho en aquel desierto de ciudad y sabía que los gatos se escondían entre las grietas que se abrían en las robustas rocas que decoraban parte del descampado. Allí, entre las sombras, descansaba uno de esos gatos que rondaban el barrio y se hospedaban en esa pequeña llanura. Pedrito Martínez se dirigió a él con cautela, bajo la atenta mirada de su entregado público. Mostrando su cara más tierna, consiguió acercarse al felino sin que el animal mostrara signos de preocupación. El héroe de la tarde adelantaba una de sus manos, haciendo creer al gato que guardaba algo en ella, comida quizá, y provocando que, inmóvil, cayera en la trampa de la curiosidad. Justo cuando estuvo lo suficientemente cerca, Pedrito Martínez agarró al animal por el lomo, alzándolo hacia el aire y mostrándoselo a su público, que jaleaba al comprobar que asistirían al espectáculo prometido.

El gato comenzó a luchar. Le provocó al niño unos arañazos que no serían suficientes para conseguir su libertad. Pedrito Martínez sabía muy bien que en su lucha contra el animal él debía salir ganando, aunque a cambio tuviera que derramar su propia sangre. Acercó al gato al centro del descampado para que todos observaran lo que estaba a punto de ocurrir. Cuando llegó, tiró al animal al suelo con toda la fuerza que pudo, dejándolo débil y atontado y sin apenas fuerzas para continuar con su combate.

En ese momento el gran Pedrito Martínez inmovilizó al gato poniendo una de sus piernas encima y sacó de su bolsillo uno de los petardos que tan caros le habían costado. Ante los ojos fascinados de quienes le observaban, el niño introdujo el petardo en el ano del animal, asegurándose que la mecha quedaba en el extremo que daba al exterior. Mientras lo hacía pudo escuchar unos calurosos aplausos que le daban fuerzas para seguir adelante justo en el momento en el que el gato volvía en sí y comenzaba a pelear de nuevo con uñas y dientes para recuperar su tranquila vida entre las sombras de las rocas. Pero el felino perdió una nueva batalla. El petardo quedó perfectamente introducido en el recto del animal y Pedrito Martínez se dispuso a encender la mecha. Antes de hacerlo, levantó el mechero hacia su público, consciente de que esa proeza era posible gracias a los espectadores que habían ido a verle. Acto seguido, encendió la mecha, levantó la pierna del animal y salió corriendo lo más deprisa que pudo. El gato, ajeno a lo que estaba a punto de ocurrir, también huyó, con la leve esperanza de llegar a un destino seguro.

El ruido del petardo retumbó en todo el descampado, momento en que la locura invadió a los asistentes de aquel espectáculo, que comenzaron a aplaudir y a vitorear el nombre de su ídolo. En mitad del descampado, Pedrito Martínez permaneció de pie, sin dar importancia a las numerosas heridas que se extendían por sus brazos y con la mirada fija en el animal que yacía en el suelo con las tripas reventadas. La mala suerte había querido que el gato no perdiera el conocimiento. Agonizaba lanzando unos agudos gemidos que el protagonista de la tarde había aprendido a tolerar con el tiempo. Pedrito Martínez se acercó de nuevo al animal, lentamente, manteniendo su pose erguida. Cuando llegó hasta él cogió una de las piedras que se encontraban en el suelo y la estampó con fuerza contra el cráneo del animal, provocándole el golpe que acabaría definitivamente con su vida y dando lugar a que el público estallara de júbilo por segunda vez en esa tarde de gatos. Para finalizar, Pedrito Martínez arrancó de un tirón los bigotes que sobresalían del hocico del animal y los ofreció como obsequio a todo aquel que lo aclamaba. Le costaba disimular la euforia que invadía su cuerpo. Sabía que había culminado una gran faena por la que sería recordado durante mucho tiempo.

martes, 21 de agosto de 2012

Imperfectos

Perfectos, capacitados para la excelencia, con gran número de posibilidades rodeándonos y con un horizonte brillante frente a nuestras narices.

Imperfectos, llenos de odio, cegados por el egoísmo, obcecados por nuestros pensamientos, nuestras opiniones, nuestros intereses.

Elegimos el camino de la nada con las herramientas que se nos han dado. Obviando las oportunidades. Muertos de miedo, consumidos por la vagancia, rendidos antes de batallar. Un conjunto de personas incomunicadas, insatisfechas, incapaces de expresarnos, de entendernos, de trabajar juntos.

Todos los momentos son únicos. Hoy no es más especial que ayer ni menos que mañana. Hoy también podemos envolver nuestro destino, pero nos pesa presentarnos como superiores ante nosotros mismos, para regocijo de quien se mira al espejo cada mañana para animar su día. Tantas cosas por hacer y muy pocas personas capaces de lograrlo. Somos una especie única, trabajando verozmente para autoconsumirnos. Correctos, impecables, excelentes. Y aún así imperfectos.

lunes, 13 de agosto de 2012

Noche en Barbate (I)



De nuevo llega la noche. Las calles permanecen desiertas mientras sus farolas luchan contra la oscuridad impuesta. La realidad se desvanece lentamente, se crean nuevas figuras y resurgen viejos temores. Todo parece distinto pero nada ha cambiado. Una visión nueva, una fantasía, un dibujo, una ilusión.



 












  



miércoles, 8 de agosto de 2012

Desde Robin Hood hasta Don Vito Corleone

Cuenta la leyenda que un buen día Robin Hood decidió pasar a la acción y tomarse la justicia por su mano. Lo hizo de la manera más rápida y más espontánea posible, cargado de furia e indignación y motivado por ese halo de superioridad que da ser quien lidera una revuelta popular. Ese día, una mañana cualquiera en la que los números en rojos iban y venían por todo el planeta, Robin Hood alentó a los suyos para dirigirse a un supermercado y robar cuanta comida pudieran para dárselo a quienes pasaban hambre. Los suyos, seguidores leales, no dudaron ni un insante. Se dirigieron al establecimiento, a plena luz del día, y en nombre de los más necesitados cogieron todo lo que quisieron, para repartirlo más tarde entre quienes no podían soportar más las consecuencias devastadoras de la crisis económica. Robin Hood robó, nunca lo negó y no se enriqueció con el hurto más allá de la embriaguez que provoca la aclamación de las masas. Él, orgulloso de su acto, manifestó su intención de volver a hacerlo en el futuro y afirmó que no le importaría si por ese hecho pisaba la cárcel, un lugar lleno de diablos sin padrino ni chequeras en sus bolsillos.

Ese mismo día, Don Vito Corleone se encontraba haciendo números. Le era difícil calcular cuanto dinero había ganado con sus últimas operaciones, aunque él se había asegurado que la cifra estuviera acompañada de una buena cantidad de ceros. No le había resultado difícil conseguir su fortuna. Estudió las leyes para aprender cómo esquivarlas, se ganó el favor de amigos a base de fuertes apretones de mano y había comprado a cuantos se interponían en su camino cuando quería llevar a cabo uno de sus negocios. Corleone había jugado bien sus cartas y por eso tenía la fortuna de la que ahora disfrutaban él y su familia. Nunca le importó las consecuencias de sus actos, ya que se había preocupado de que ninguno de sus hallegados las sufriera, y sabía que no había nada que pudieran hacer contra él. Corleone tenía un buen grupo de amigos que darían la cara por él en cualquier momento. Era él quien velaba por ellos, una serie de personas trajeadas con dotes para la oratoria que sabían que lo tendrían que defender si llegaba el momento. Por eso, el día en que Robin Hood decidió pasar a la acción, todos esos amigos, perros y guardaespaldas pagados a sueldo por Corleone, arremetieron contra aquel que decía que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Su actitud debía ser juzgada. Se había convertido en un mezquino que había perdido la cabeza. Los amigos de Corleone pasaban al ataque, como una buena muestra de lo que eran capaces de hacer por mantener la buena vida que había conseguido alcanzar el mafioso a base de sus más que dudosas prácticas.

Robin Hood continuaría con su lucha, asumiendo su condición de ladrón y poniendo en jaque a quienes se atrevían a desafiarle.

Don Vito Corleone continuaría con su negocio, creando una fortuna a base de aprovecharse de quienes ahora necesitaban de la ayuda de un héroe.

Y ninguno de los dos, villanos y héroes a partes iguales en una sociedad que había perdido la razón hace mucho tiempo, llegarían a compartir la misma celda.

martes, 7 de agosto de 2012

El callejón (relato)

Cuando me di cuenta de dónde estaba ya había cruzado una buena parte de aquel callejón. Ahora todo lo que me quedaba por delante era una larga caminata. No tenía ni idea si me iba a costar atravesarlo, pero sin saber por qué, tenía que hacerlo.

Lo cierto era que los primeros pasos no me resultaron pesados, quizás porque no era consciente de que caminaba o porque me entretenía con cualquier cosa. Pero cuando abrí bien los ojos supe que aún me quedaba mucho por recorrer. Fue en ese instante cuando sentí por primera vez añoranza, un sentimiento que acompañaría el resto de mi viaje.

Aún así, seguí andando con incertidumbre, sin saber quién se cruzaría en mi camino o qué circunstancias me harían ir más despacio o más deprisa. En algunos tramos la luz del sol iluminaba la calle. Me gustaba la sensación de calor que producían esos rayos en mi cara. En otros tramos, en cambio, me enfrentaba a ráfagas de viento que me dificultaban seguir mi camino con normalidad.

La inseguridad con la que andaba me hizo tropezar en varias ocasiones. Mis rodillas acababan raspadas y ensangrentadas. También mis manos, ya que cuando caía intentaba protegerme con ellas para que el golpe no fuera aún mayor. No siempre lo conseguía pero, con más o menos esfuerzo, me volvía a lenvatar, lo que permitía endurecer mi fuerza interior aunque mi cuerpo acabara destrozado.

No tardé mucho en comprender que existía la posibilidad de que mi destino no se encontrara al final del callejón. Quizás tendría que abandonarlo mucho antes, cruzando una de sus muchas esquinas, algunas de las cuales no se veían a simple vista. La añoranza no hacía más que invadir mi mente. Tuve miedo al pensar qué habría al cruzar una esquina. Puede que me encontrara con otro interminable callejón, pero tenía que hacerme a la idea de que tal vez la calle podría estar cortada impidiéndome el paso y deteniendo mi camino para siempre.

¿Merecía estar allí? No había tenido la oportunidad de decidirlo. No sabía cómo ni por qué había aparecido al principio de la calle y ahora el único camino posible era seguir hacia delante.

Me confortaba encontrarme con personas que me hacían la caminata más agradable. Algunos se marchaban pronto, otros permanecían a mi lado largos tramos. Había incluso quien me tendía una de sus manos cuando me tropezaba. Constrastaba con los que me ponían la zancadilla para hacerme caer, a veces con éxito. Pero, al final, a todos los acababa añorando. Cuando nos dábamos cuenta de que nuestro camino no era el mismo no quedaba más remedio que despedirnos con la incertidumbre de si volveríamos a vernos. Incertidumbre. Una vez más.

Era curioso como cuanto más avanzaba más me detenía para mirar atrás. No podía dejar de pensar en todo lo que había recorrido hasta ahora. Ese sentimiento se unía al miedo que sentía cada vez que pensaba que el final de mi camino estaba cerca. Cada paso aumentaba mi miedo. Había instantes en los que me quedaba inmóvil y el cuerpo me temblaba pensando en ese inminente final. Era injusto. ¿Por qué pensar en el final me impedía disfrutar de la caminata? Era algo que llegaría. Algo que, al igual que encontrarme allí, yo no había elegido pero que tenía que asumir. Fue entonces cuando decidí que acabaría mi travesía con valor. Qué iluso fui, pues con cada paso que daba, ya llegando al final de un callejón que una vez pareció no tener fin, comprendía que no terminaría de andar con ese sentimiento. Sería la resignación la que se apoderaría de mi cuerpo y la que me acompañaría al atravesar el último tramo, el más oscuro, y el que pondría irremediablemente punto y final a mi viaje.

sábado, 28 de julio de 2012

82 años (Microrrelato)

Nací. Lloré. Reí. Descubrí. Jugué. Corrí. Salté. Me ensucié. Comulgué. Hice amigos. Besé. Me enamoré. Me enfadé. Voté. Estudié. Me emborraché. Follé. Viajé. Leí. Me engañaron. Comprendí. Trabajé. Compré. Ahorré. Me independicé. Me casé. Tuve dos hijos. Luché. Me cansé. Tuve miedo. Engordé. Intenté volver atrás. Aparenté. Engañé. Bebí. Fumé. Recordé. Me arrepentí. Callé. Me asusté. Caminé. Dejé pasar el tiempo. Me aburrí. Dije adiós. Tropecé. Tomé medicinas. Paseé. Me senté. Escuché. Observé. Entendí. Añoré. Enfermé. Me cuidaron. Empeoré. Divagué. Esperé. Morí.

jueves, 26 de julio de 2012

Parado

Parado, inmóvil, quieto. Detenido en mitad de la vida. Con las ganas y la ilusión de llegar a mi destino, pero sin la posibilidad de mover un solo músculo de mi cuerpo. Paralizado en plena calle, mientras el resto de la gente continúa moviéndose de un sitio a otro. Observo como muchos de ellos también se van quedando parados, cada uno en una posición más ridícula que el anterior. Yo, con una pierna levantada dispuesto a dar el siguiente paso y con mi mano derecha dirigiéndose hacia mi cara, queriendo rascar mi nariz, para aliviar una sensación de picor surgida desde hace bastante tiempo. Soy consciente de que estoy petrificado como una de esas estatuas humanas que solo se mueven por unas monedas. Estancado, con mi HTC en la mano izquierda, mis Ray-Ban oscuras ocultando el rostro y medio paquete de Chesterfield en el bolsillo de atrás, intentando que el bulto se note lo menos posible. Un cuerpo inerte, en mitad de una avenida, justo en el centro de la carretera, expuesto a ser atropellado por cualquier vehículo y con el sol quemándome el cogote en el momento más radiante del día. Soy uno más de cientos, miles, millones. Quietos, inmóviles, parados.

miércoles, 25 de julio de 2012

Selección artificial

Volaba Darwin en su nave extraterrestre buscando explorar los rincones más recónditos del universo. Se acercó a un hipnótico planeta azul en el que todo parecía idílico y, entre toda la tierra que se presentaba ante él, se fijó en una pequeña península ni muy grande ni muy pequeña. Creyó que era el lugar perfecto para observar a las especies que allí vivían y completar así su investigación sobre la evolución y la vida inteligente en el universo, por lo que aterrizó allí su nave y se introdujo entre la nueva especie que había descubierto. Se trataba de una raza única. Individuos bípedos con capacidad para comunicarse y razonar y con la habilidad para adaptar el entorno a sus necesidades. Darwin sintió una gran curiosidad por conocer más de esa especie, por lo que decidió pasar años con ellos, observando con detalle su comportamiento y determinando las claves de su evolución. Quería saberlo todo: cómo vivían, cómo se relacionaban, en qué pensaban... No podía dejar de reflexionar sobre lo fascinante que se había convertido ese descubrimiento y la oportunidad única que aparecía ante él.

Tras unos meses, al extraterrestre le llamó la atención la complejidad de la sociedad en la que convivían esos seres, que había sabido que se hacían llamar humanos aunque esa raza en particular eran españoles. Su sociedad se movía en torno a un sistema creado por ellos mismos por el que tenían que trabajar cada día para conseguir una determinada cantidad de algo que llamaban dinero. Darwin descubrió que la cantidad de dinero que recibía una persona variaba de un trabajo a otro, aunque este fuera más peligroso o más importante para el desarrollo de su sociedad. Así, quienes administraban el dinero de otros recibían más cantidad de dinero que quienes, por ejemplo, se dedicaban a investigar mecanismos para hacer que la vida de los humanos españoles fuera más sana y duradera. Darwin supo entonces que en esa sociedad el dinero daba poder y permitía obtener una vida mejor. No entendía muy bien esta última idea, que se anteponía a eso que los humanos españoles llamaban derechos. Fue la primera característica que el extraterrestre estudió de los humanos españoles. Al parecer tenían un documento en el que quedaban registrados cuáles eran sus derechos, por lo que Darwin no entendia cómo era posible que los derechos de un humano español fueran diferentes a las de otro por el simple hecho de tener más dinero.

Las particularidades de la nueva especie descubierta crecían cuanto Darwin más estudiaba sobre ellos, incoherencias que dejaban al descubierto que se trataba de una especie llena de diferencias. Aún no sabía que el punto álgido de su investigación estaba por llegar. Se trataba del que se refería a la evolución, punto en el que el extraterrestre quería centrar su tesis. La reproducción de los humanos españoles estaba delimitada por quienes se hacían llamar gobierno, un conjunto de personas que establecía normas que el resto de individuos tenía que cumplir. Ese gobierno era el responsable de, por ejemplo, la dignidad con la que podían vivir los humanos españoles, aunque Darwin no tardó en comprender que ese no era uno de los aspectos por los que más se preocupaba el gobierno. Quizá por eso, le pareció tan raro que ese gobierno obligara a nacer a todos los nuevos individuos, aunque se pudiera determinar con antelación que ese individuo iba a nacer con problemas de salud y aunque el mismo gobierno no fuera capaz de garantizar que esos individuos tendrían todos los cuidados que necesitaran con independencia del dinero que tuvieran. Darwin supo que ese gobierno tampoco valoraba el sufrimiento que su norma podía causar, ya que estaba empeñado en defender la vida de cada uno de los humanos españoles nacidos o no nacidos. Le costó entender que pese a tener los mecanismos necesarios no defendiera que cada una de esas vidas fueran dignas, algo que reclamaban muchos de los individuos entre los que el extraterrestre convivió durante años.

El estudio de Darwin le llevó a hacer una reflexión sobre todo lo que había aprendido. En otras especies había visto que la supervivencia del individuo nacido dependía de la capacidad que este tenía para adaptarse al entorno que le rodeaba, aunque naciera con minusvalías o malformaciones. En aquellas ocasiones había decidido llamar a ese proceso selección natural. Pero ahora se encontraba ante algo diferente. En esta ocasión, gracias a su inteligencia, los humanos españoles habían adaptado el entorno a ellos, por lo que para vivir en él no importaba cómo se nacía. En cambio, basaban su existencia en el dinero que se tenía a lo largo de una vida y de eso dependía su supervivencia, su bienestar y su dignidad, tres características de las que los humanos españoles presumían. Después de un tiempo de estudio, decidió llamar a ese proceso selección artificial. Se marchó del planeta con el presentimiento de que su investigación tenía todos los ingredientes para convertirse en todo un éxito.

miércoles, 18 de julio de 2012

Cuatro flechas de recortes

Para quienes no hayan veraneado ni una sola vez en el sur de Cádiz, la frase "ya saltó el levante" no tendrá ningún significado. Pero quienes sí lo hayan hecho, o quienes tengan la suerte de vivir en un rinconcito de cualquiera de los paraísos de la costa gaditana, sabrán que tras esta frase nos esperan días de fuerte viento seco, el mismo que alborota peinados o hace que la arena seca ametrallee las espinillas de los que caminan por la playa. Normalmente, el anuncio viene acompañado de un "ojú", una expresión de malestar con la que los que vivimos aquí alertamos del desagrado que supone la aparición de este singular viento.

Un viento que, si pega con mucha fuerza, cuando en el telediario añaden tres o cuatro líneas blancas a una flecha señalando hacia la izquierda, te impide vivir con la normalidad con la que te gustaría. Las persianas no dejan de pegar contra los cristales de la casa, la basura de las calles vuela de un sitio a otro y aparece como una misión imposible acudir a la playa para disfrutar de una tarde de verano. Aún así, es curioso observar que siempre hay algunos que continúan con su rutina, por lo que deciden ir a la playa un día más, intentando llevar con normalidad una situación excepcional y soportando como pueden que la arena bañe cada uno de los poros de sus cuerpos. Este hecho demuestra que pese a las adversidades siempre hay personas con la capacidad de mantener la estabilidad de su vida, aunque para el resto resulte una hazaña o una locura seguir soportando esa situación.

En el resto de España, el levante ha saltado en forma de recortes y lo ha hecho con más fuerza que nunca, levantando un gran malestar entre quienes ya estaban hartos de soportar el picazón de la arena en sus espinillas. Ahora el viento de los ajustes económicos azota con intensidad, aunque todavía haya personas que quieran continuar con su vida, como los que deciden ir a la playa pese al fuerte levante. Por suerte, tenemos la capacidad de enfrentarnos contra cualquiera de las desproporcionadas medidas económicas que se están tomando estos días, ya que contamos con una ventaja que no nos la otorgan los vientos que se levantan en España. En esta ocasión, no nos enfrentamos contra la naturalieza, sino contra un sistema injusto con el que no podemos simplemente resignarnos, cruzarnos de brazos y acudir a la playa.

jueves, 12 de julio de 2012

Los mayordomos del poder

"¿Cómo quiere el señor que le sirva la portada? ¿Con un toque de azúcar? ¿Bien caliente?" Cuando pienso en algunos jefes eligiendo la portada de su periódico del día siguiente, me los imagino vestidos elegantemente, con una servilleta blanca cubriendo su antebrazo y acudiendo con la cabeza bien alta ante el tintineo de una campanilla. Quien la agita es el político de turno, que en algunos casos está en el poder y en otros se encuentra en la oposición y, así, vemos a su alrededor una serie de mayordomos que actúan de una manera u otra según les convenga a sus señores. Solo así le doy explicación al sinsentido en el que se han convertido las publicaciones de algunas portadas de periódicos españoles en los últimos años. Han pasado a ser una extrema versión, que roza lo paródico en muchos casos, del periodismo de partido en el que ha evolucionado la profesión que muchos decidimos dedicar nuestra vida, atraídos por una serie de valores que parece que se están perdiendo con el paso del tiempo. El motivo por el que se deciden estas publicaciones se encuentra en el agrado, no solo a un partido político, sino a todo un público, que prefiere ver parcialmente la realidad, como si el señor en el poder invitara cada día al lector a una cena en su mansión y el mayordomo se encargara de que la casa siempre se viera perfecta, aunque en realidad los cimientos de ese hogar se encuentren podridos.

Y todo este esfuerzo aparece como un trabajo absurdo en la era de las nuevas tecnologías, donde los usuarios de Twitter y Facebook son capaces de transmitir a miles de personas las manipulaciones vertidas por esos medios de comunicación. Solo hace falta que alguien avispado recupere portadas pasadas y las compare con las presentes para que en un instante nos demos cuenta de la suciedaz que hay impregnada en muchos despachos de las redacciones de periódicos. Pero hay que ir más allá. Después de meses llevando a cabo estas prácticas, es de sobra conocido el revuelo que aparece cuando un nuevo caso vuelve a suceder, por lo que no es descabellado pensar que hay quien juega con ese revuelo, consciente de que la creación de una nueva polémica es el último paso que le queda para que su periódico no caiga en el olvido, lo que le llevaría a grandes pérdidas que, si la selección natural del actual sistema económico sigue su curso, provocarían su desaparición del mercado. Ese es el motivo por el que no se le debe dar tanta publicidad a aquellos que juegan a maquillar la sociedad. Las consecuencias de su humillante desesperación por llamar la anteción solo debería ser respondida con indiferencia, el mayor de los castigos que se puede realizar hoy en día y el que más difícil resulta llevar a cabo cuando las intenciones son las de hacer daño.

Lo peor de todo, la gruesa capa de polvo que prácticas como estas echan encima de buenos profesionales, aquellos que aún siguen creyendo en el periodismo como arma contra las injusticias sociales. Eso que en su día se llamó tan acertadamente cuarto poder, un mecanismo que ha conseguido ser controlado por aquellos a los que había que controlar, consiguiendo a base de talonarios y favores que algunos no tengan problema en abandonar eso de la utopía del cuarto poder para convertirse en simples mayordomos. Unos trabajadores al servicio de aquellos que desean gobernarnos y que están dispuestos a hacer cualquier cosa para que sus señores queden satisfechos.

miércoles, 11 de julio de 2012

Mentir en el currículum

Me dispongo a redactar mi currículum. "¿Nivel de inglés? Pondré avanzado". Sé que si soy sincero tendré menos opciones de acceder al actual mercado laboral, así que me aventuro en el mundo del engaño. Lo afronto sabiendo que en los posibles procesos de selección a los que puedo enfrentarme tendré que recurrir a eso que llaman la picaresca española y que, si tengo un poco de suerte, lograré convencer a quien me vaya a contratar de que domino lo que exije, aunque sea algo en lo que en realidad flojee. Si el azar está de mi parte firmaré un contrato, por un año tal vez, y comenzaré a trabajar con ganas e ilusión, consciente de cuánto anhelaba estar en ese puesto de trabajo y con la presencia constante del miedo a que mi jefe requiera de mis conocimientos del inglés. En ese momento, cuando se descubra la mentira a la que le he sometido, lo más probable es que termine marchándome de la empresa, con una mano delante y la otra detrás, hayan pasado dos, cinco u ocho meses desde mi llegada. Mi fulminante despido se debe a una simple pero certera mentira en mi currículum, un documento que consta de un par de páginas donde la empresa se hace una idea de lo que puedo aportar a la empresa y de las habilidades que voy a desempeñar si accedo al puesto.

Si extrapolamos esta situación al mundo de la política, podemos decir que redactar un currículum se equipara a elaborar un programa electoral y que acudir a una entrevista de trabajo se encuentra al mismo nivel que realizar un mitín, una manera de exponerte frente al que (se supone) que va a ser tu jefe durante los próximos cuatro años si sales contratado. La gran diferencia entre ambas situaciones se encuentra en la solidez de ese contrato. El trabajador común cuenta hoy en día con un contrato frágil, susceptible de convertirse en papel mojado en cualquier instante gracias a que cada día que pasa se toman las medidas oportunas para que así sea. Y, dentro de esa delgada línea de seguridad, hay que contar con que se haya sido honesto, ya que si el trabajador ha mentido al afirmar que hará algo que después no puede realizar, será despedido fulminantemente cuando su mentira sea cazada. El contrato del político es muy diferente. No solo porque el suyo tiene una vigencia de cuatro años sino porque en el momento de ser contratado, cuando en la noche de las elecciones se designa al nuevo empleado que trabajará en Moncloa, el elegido se envuelve en eso que llaman la legitimidad de las urnas, un halo de esplendor que al parecer le da derecho a hacer lo que le venga en gana, aunque en su proceso de selección dejara las líneas claras sobre lo que llevaría a cabo si finalmente alcanzara ese puesto de trabajo.

"Haré cualquier cosa que sea necesaria, aunque no me guste y aunque haya dicho que no lo iba a hacer". Esta terrible frase salió de la boca de Mariano Rajoy el pasado mayo, seis meses después de que la ciudadanía le eligiera para cubrir el puesto que dejaba vacante Zapatero. Es cierto que en su proceso de selección Rajoy dijo poco, pero le bastó erigirse líder de un cambio que la ciudadanía necesitaba y que él no tuvo ninguna duda en prometer. "Lo primero, el empleo" o "No más IVA" fueron algunas de las consignas que usó meses antes de las elecciones, mentiras que en la actualidad han quedado más que demostradas. Mariano Rajoy no ha tardado ni un año en mostrar los engaños en los que basó su llegada al poder, algo que, para mí, hace perder cualquier tipo de legitimidad que le hayan podido dar las urnas. Desgraciadamente, en esta sociedad no tenemos ninguna ley que obligue a los gobernantes a cumplir con lo que prometieron, como mínimo en los doce primeros meses de su llegada al poder, y, mientras tanto, a ellos les basta con escudarse en que la situación era peor de la que esperaban para justificar cualquier medida que adopten, por mucho que hagan sangrar a una ciudadanía ya necesitada de transfusiones. Así, al igual que me ocurriría a mí tras poner en práctica mi verdadero nivel de inglés en mi empresa, cualquier político que llegara al poder a base de engaños debería ser despedido fulminantemente cuando sus mentiras quedaran en evidencia. Quizá así se pondría la primera piedra del proceso de higiene que necesita la política para descontaminarse.

martes, 10 de julio de 2012

27 palabras (Microrrelato)

Acércate, busca conmigo. Démonos ese frágil gusto hasta inventar juntos kilómetros. Las mentes numeran ñaques, oscurecidas por quienes rompen sueños. Tentadores urbes vaticinan whiskies xerófilos y zalameros.

lunes, 9 de julio de 2012

La técnica del avestruz

Es curioso como en la actualidad existe una profesión que consigue pasar desapercibida pese a que más de cinco millones de españoles estén en busca y captura de un trabajo desesperadamente. Quizá sea debido a que para llegar a ejercerla no hace falta entregar ningún currículum ni tampoco aparecen ofertas en el INEM o en las páginas de internet de búsqueda de empleo. Aún así, es una profesión que, por lo que podemos observar diariamente, da para vivir bien, te envuelve en una fina capa de respeto y te otorga la posibilidad de no afrontar la responsabilidades de tus actos, sobre todo cuando las consecuencias de tus decisiones son perjudiciales para los demás. Para que mis palabras no indiquen confusión, adelantaré que estoy hablando de la figura del político, esa profesión que se dedica a jugar con el bienestar del resto de personas y cuyo proceso de selección pasa por conseguir buenos apretones de manos, hacer jugosas promesas y salir en determinadas fotografías, para luego hacer y deshacer a su antojo o, para ser del todo correcto, al antojo de aquellos que con su dinero deciden realmente el destino de esta sociedad.

El currículum de un buen político no tendría por qué ser tan extenso. A diferencia de lo que piensan algunos no debería primar tanto sus estudios, ni siquiera su nivel de inglés. Un buen político debe estar empapado de todas esas características que desgraciadamente no se pueden demostrar con un certificado impreso. Honestidad, sinceridad, responsabilidad, justicia... Sé que mis palabras suenan utópicas, tanto que ni yo mismo me las llego a creer, y reconozco que es una lástima que algo tan básico suene tan irreal. Pero la presencia de los políticos en nuestra sociedad debe estar destinada a velar por el bienestar común, algo que en los últimos años parece que ha quedado en el olvido de la ciudadanía, acostumbrada a que precisamente sean los políticos quienes dificulten su rutina y les ponga trabas a los quehaceres de su vida diaria.

El punto más lamentable de esta profesión aparece a la hora de asumir responsabilidades. Mientras que el resto de personas tenemos que asumir tarde o temprano las consecuencias de nuestros actos, el político de hoy en día crea un sólido escudo alrededor de su cargo, con el que se protege de las reivindicaciones que se le hacen cuando su nefasta labor se hace pública. Es lo que podíamos conocer como la técnica del avestruz: ocultar la cabeza bajo tierra hasta que pasen los problemas, sin hacer declaraciones ni defensa alguna y escudándose en las ideologías de aquellos que les reclaman responsabilidades para sembrar una vez más la semilla de la guerra de las dos Españas (los de la izquierda atacan a los de la derecha porque son de derechas y viceversa). Así, el oficio de político continúa como si nada, pese a que su pésima labor sea uno de esos secretos a voces que todos terminan pregonando pero que nadie es capaz de asumir. Gracias a ellos, gracias a sus constantes negligencias, nos encontramos ante una de las profesiones más contaminadas de nuestra sociedad, con capacidad para hacer daño a un buen número de personas y con un sinfin de personal excedente del que nadie parece estar dispuesto a recortar. Estos aspectos nos dejan con la sensación de que cualquiera podría aspirar a realizar ese trabajo, pese a que ser político debería erigirse como una de las profesiones más selectas de todas a las que podríamos acceder hoy en día.

domingo, 8 de julio de 2012

De trabajadores, becarios y voluntarios

Trabajar para vivir o vivir para trabajar. Desde que la oí por primera vez, esta frase ha sido una de las más curiosas que me han parecido dentro de la amplia gama de refranes, juegos de palabras o expresiones que la sabiduría popular ha ido transmitiendo con el paso del tiempo. Una frase que te lanza el reto de definirte como persona, teniendo que elegir entre dos caminos que, aunque parecidos, se separan en la medida en la que uno decida cómo está dispuesto a enfrentarse a su trabajo. En la práctica, lo que quiere decir esta simple oración es que existen dos clases de personas: los que organizan sus vacaciones en su puesto de trabajo y los que no pueden dejar de pensar en sus obligaciones mientras padecen sus días de descanso. Aún así, todos ellos cuentan con el privilegio de trabajar o, mejor dicho, de ser recompensado económicamente por el trabajo que realizan, aunque eso de los sueldos a día de hoy orbiten alrededor del sistema de la inestabilidad.

Hasta hace unos años, en la escala evolutiva del trabajador, creíamos que el becario era la figura inicial, ésa que, al igual que el mono, camina encorvado debido a la cantidad de trabajo con la que se le carga a sus espaldas. En el mundo del periodismo, el que conozco de cerca, la explotación de esta figura ha permitido que se consiga la publicación y la emisión diaria de muchos periódicos e informativos en estos tiempos de crisis. Los directivos de los medios de comunicación han recibido con los brazos abiertos la posibilidad de contar con una serie de pesonas dispuestas a realizar el trabajo de cualquier empleado de su plantilla, eso sí, a un módico precio. El negocio es evidente. La lógica dice que si accedo a un grupo de personas que me harán el mismo trabajo que mis empleados por un precio muy inferior, puedo contar con ellos para no solo mantener mi medio de comunicación sino para recortar la plantilla cuanto sea necesario, convirtiendo al becario en un traidor involuntario, que llega al medio con las ganas de darse a conocer y sin reflexionar sobre las consecuencias que puede tener aceptar cualquier cosa a cualquier precio. Como digo, esta situación se ha dado hasta hace unos años, puesto que en la actualidad ya son muchos los medios que ni siquiera han aguantado con esta práctica y su situación económica les ha llevado al recorte drástico de plantilla o, como último remedio, el cierre. Todo ello sin que se hayan producido, que se sepa, recortes drásticos en la nómina de sus directivos, que hasta el último momento han seguido cobrando sueldos que permitirían mantener a decenas de empleados o, en su caso, a cientos de becarios mensualmente.

En la actualidad, en el punto más alto de la crisis y más bajo de nuestras esperanzas e ilusiones, en la escala evolutiva del trabajador ha surgido una nueva figura inicial. Se trata del voluntario o, dicho de otra manera, la persona que accede a trabajar en una empresa de manera gratuita ("es que estamos en crisis y no podemos pagarte nada") pero que accede a cumplir con una serie de requisitos como si de un trabajador más se tratara, como el horario o la estancia mínima. Lo único que ofrecen a cambio es la experiencia, algo que en muchos casos solo serviría como simple adorno de currículum. La explotación a la que asistíamos hasta ahora sube un nuevo peldaño, dirigida a quienes aún no han tirado la toalla y siguen intentando trabajar en algo relacionado con lo que han estudiado. Un sueño, tal vez, una ilusión que no se ajusta a la realidad en que vivimos pero, sobre todo, un negocio del que muchos comienzan a aprovecharse, como si trabajar para ellos fuera un acto de caridad o como si el halo que envuelve a las grandes empresas les diera legitimidad para convertir voluntad en trabajo, como si de una ONG se tratara. Y, aunque no paren de quejarse, de la situación económica, de los políticos, de las empresas, de las universidades... buena parte de la culpa sigue recayendo en esas miles de personas, desconocidas y desamparadas, que con cada nueva concesión que están dispuestos a realizar cavan más profunda su propia fosa común. Ellos siguen buscándose la vida para trabajar, aunque el trabajo no les vaya a dar para vivir.

sábado, 7 de enero de 2012

Doce años después (Microrrelato)

Hoy toca publicar un microrrelato que presenté a concurso hace algunos meses. Quería reflexionar sobre la rutina y el desgaste al que se enfrentan las relaciones con el paso de los años. Al final no gané.

Doce años después:

Los corazones acumulan polvo mientras las manecillas del reloj ralentizan el ritmo de su paseo por el tiempo. Lágrimas secas decoran los rostros de quienes se sientan en la mesa, donde los cuchillos ya no matan solo acarician. La luna, incrédula, se aleja cuanto más angustioso es el silencio. No salen palabras de sus agrietados labios pero ambos, dominados por sentimientos que nunca sintieron, escuchan atentamente lo que no se dicen. Sus deseos se entretienen en aquello que dejaron atrás. No se atreven a dar el último paso, aunque saben que solo la oscuridad puede llegar a iluminarles.

jueves, 5 de enero de 2012

Si los Reyes fueran los padres

Cada vez son más el número de desalmados que existen por ahí empeñados en hacernos creer que los Reyes Magos son los padres. Quizá alguna colonia o algún pijama recibido años atrás tenga algo que ver con tal afirmación, ya que quienes se encargan de revelarnos el que dicen que es el secreto más oscuro de nuestra infancia lo hacen motivados por una fuerte resignación. Resignación a crecer, tal vez, o resignación a aceptar la crueldad de la realidad que nos rodea. Aún así, enternece ver cómo hay algunos que mantienen la ilusión por la llegada de esos tres señores que vienen desde Oriente con la intención de repartir millones de regalos en una sola noche. Observar su inocencia y el brillo de sus ojos tras el paso de la cabalgata hace que merezca la pena todas las discusiones que hayamos tenido para que el bocazas de turno se contuviera y no hablara más de la cuenta.

Pero, para ser sinceros, tengo que reconocer que a mí no me importaría que los Reyes Magos fueran mis padres. No sería una razón para deprimirme ni volvería mi vida más oscura, ni mucho menos se perdería la magia que envuelve la noche del 5 de enero. Si al final es cierto, si lo que algunos se empeñan en repetir constantemente es verdad, solo nos estarían dando motivos para estimar aún más a los que nos rodean. Aquellos que siempre han estado dispuestos a darnos lo mejor que estaba a su alcance, trabajando sin descanso para que no nos faltara nada. Ellos son los que se han pasado noches en vela cuando la fiebre dominaba nuestro cuerpo, quienes han madrugado diariamente para costear colegio, clases particulares o la aventura de cualquier afición con la que nos sintiéramos atraídos a lo largo de nuestra infancia. También son los que se han esforzado por darnos el mejor futuro al que podíamos aspirar, aunque la realidad hoy vaya un paso por delante y nos hayamos tenido que despertar de golpe del sueño de conseguir ese futuro perfecto.

Como cada noche de Reyes, me dispongo a dejar al lado de la ventana un vaso de leche y un plato con galletas para que Sus Majestades puedan coger fuerzas para continuar con su viaje. Aunque, pensándolo mejor, preferiría que fueran mis padres quienes terminaran devorando mi obsequio, tras levantarse sigilosamente en mitad de la noche y colocar sus regalos en un punto estratégico del salón. Me daría más razones para reforzar el orgullo que siento por ellos.

miércoles, 4 de enero de 2012

Lo que le falta a Barbate

Vivo en un pueblo que cuenta con una de las mejores materias primas para convertirse en ese lugar en el que todo el mundo necesita perderse alguna vez en la vida. Siento si esto no suena muy humilde y si alguno cree que por tratarse de mi lugar de origen estoy siendo terriblemente exagerado. No es verdad. Quien se haya sentado en el espigón del puerto de Barbate contemplando las olas, quien haya tenido la suerte de observar uno de los atardeceres en Zahara de los Atunes o quien se haya tumbado en la arena de Caños de Meca una noche de verano para ver las estrellas sabe que lo que digo es cierto. Barbate lo tiene todo. Si los lugares que hoy han sobrevivido a la vorágine del ladrillo pueden estar orgullos de su entorno, Barbate puede presumir de tener uno de los medios naturales más completos. Tiene mar, un mar que ha dado de comer a los barbateños desde mucho antes que los ancianos que hoy viven por aquí llegaran a este mundo y que aún hoy sigue brillando cuando el sol pega con fuerza. Tiene tierra, una tierra que en ocasiones se erige presuntuosa en forma de acantilado o se enlaza con tranquilidad con el mar dando lugar a unas marismas que se pierden en el horizonte. Y también tiene aire, un aire que a veces pasa desapercibido por eso de que no lo vemos, pero que nuestros pulmones agradecen eternamente cuando pasamos una tarde de domingo en el parque natural o cuando somos premiados con un paseo en barco por la costa. Barbate lo tiene todo. Y precisamente por eso, y como consecuencia de una de esas paradojas extrañas que nos da la vida, a veces puede parecer que no tiene nada.

En el río, justo en la parte que coincide con la lonja vieja, hoy reformada, hay un barco varado que lleva allí más de lo que mi memoria puede recordar. Ese barco nos ofrece la mejor metáfora de la situación en la que en la actualidad se encuentra Barbate. Junto a una lonja ya en desuso, encallado y podrido, está siendo consumido lentamente por el mar. Continúa esperando, no se sabe muy bien a qué, y soporta como puede todos los inconvenientes que le van surgiendo con el paso del tiempo. Así es como siento que está Barbate y como lleva sufriendo desde que parte de sus terrenos fueran concedidos al Ministerio de Defensa para que allí se realizaran prácticas militares. Desde entonces, Barbate ha aguantado como mejor ha podido, como ese barco varado a orillas del río, cada una de las bofetadas que les han ido dando aquellos de cuya mísera firma depende que un pueblo se desarrolle como merecen sus ciudadanos.

El tiempo ha pasado y el casco de Barbate sigue pudriéndose. El pueblo ha quedado encerrado en su propia trampa, rodeado por unos terrenos utilizados por el Ejército para hacer sus prácticas anuales y por las virtudes pero también limitaciones que supone contar con un parque natural. Expandirse es imposible. Pero desarrollarse a partir de lo que ya existe no está siendo tarea fácil. En la actualidad el Ayuntamiento vive al borde de la quiebra, provocado por el escaso dinero que ha llegado desde fuera pero también por la mala administración que de él han hecho los gobernantes locales. Los que se ganan la vida en el mar han visto como de la noche a la mañana se rompía el acuerdo que permitía que lo siguieran haciendo como hasta la fecha. Barbate también sigue esperando su centro de salud, aquel que le permita recibir una sanidad decente y su nueva depuradora, la que haga que los vecinos no se tengan que volver a cuestionar si el agua en la que se bañan es la adecuada. Barbate sigue esperando, mientras algunos nos comenzamos a preguntar si el pueblo está destinado a ser un socavón en Andalucía, sobre todo después de comprobar en qué se ha convertido el parque Infanta Elena en el que algunos pasamos nuestra infancia.

Como decía al principio, Barbate tiene una de las mejores materias primas, pero nadie ha sabido o ha querido pulirla. En vez de eso encontramos un pueblo abandonado a su suerte, empecinado en descubrir si lo que depara el futuro puede ser aún peor, pero sin fuerzas para exigir lo que le corresponde. Por eso, lo que hoy reclama nuestro pueblo es conciencia, esa que nos permita valorar el lugar en el que vivimos, sus oportunidades y su riqueza. Y a partir de ahí, Barbate necesita unión, empatía para convertir los problemas de unos en los problemas de otros y mantener el rencor y el resentimiento solo hacia aquellos que siguen empeñados en que nuestro pueblo siga encallado. De esa forma le podremos demostrar a quienes nos quieren hundir en la miseria que estamos dispuestos a pelear duro por nuestro pueblo. Barbate lo merece.

martes, 3 de enero de 2012

Modelos a evitar

Conozco a alguien que conoce a alguien que imparte clases particulares. No lo hace por vocación, sino motivado por la idea de tener una fuente de ingresos. Lo que en otra época se podría considerar como un aporte extra de dinero hoy se ha convertido en un aporte único para muchos jóvenes. Terminada la carrera universitaria, la misma que muchos nos alentaron a realizar haciéndonos creer que nuestra vida sería coser y cantar cuando la terminásemos, ahora hay que buscarse la vida y, en algunos casos, ese camino pasa por convertirse en profesores particulares de primos, sobrinos o hijos de vecinos. Ellos, o sus padres mejor dicho, buscan a alguien que refuerce los contenidos en los que sus hijos flojean, pero en pocas ocasiones son conscientes de que también están eligiendo un modelo en el que sus hijos se van a fijar.

Quizá como consecuencia de la sociedad que hemos creado, en la que más eres cuanto más tienes, y por culpa de lo avispado que son los niños, estos alumnos no solo atienden a las explicaciones que dan sus inesperados profesores, si no que observan la vida que ellos llevan al margen de las clases. Una vida llena de miseria marcada por el paro y por un futuro ennegrecido que nadie parece dispuesto a blanquear. Una vida sin posibilidad de independencia, en la que la prosperidad depende de lo llenas que estén las arcas familiares en cada casa, las mismas arcas que llevan años vaciándose para cubrir necesidades cada vez más básicas.

Y en este contexto encontramos al conocido de mi conocido. En mitad de una de esas clases, centradas en las ecuaciones o en el análisis de oraciones, hubo un momento en que las energías del alumno decayeron, por lo que el profesor se vio obligado a animarle. Le transmitió el consejo que él mismo recibió en el pasado y que le decía que debía estudiar lo máximo posible para labrarse un buen futuro. Pero en esta ocasión el alumno, que de tonto no tiene ni un pelo, no se cortó. Se encaró con su profesor, disgustado por la clase de hipocresía que estaba recibiendo de alguien que decía que estudiar es una pieza esencial en el desarrollo de cualquier persona. "¿Para qué quieres que estudie? ¿Para acabar como tú?".

Son preguntas para las que hoy en día no hay respuesta o, si las hay, encontrarlas es una tarea difícil, sobre todo si se permanece en el charco de mierda que algunos han creado. Es en este charco en el que se encuentran miles de jóvenes parados, sin oportunidad de experimentar la dignidad que otorga ejercer el trabajo para el que han sido preparados y sin una decente remuneración económica, muy lejos de los ridículos 641€ en los que está establecido el salario mínimo actual o las cantidades irrisorias que se otorgan en algunas prácticas. Gracias a las labores de Gobiernos, sindicatos, empresarios... la nuestra no solo se está erigiendo como una de las generaciones perdidas que da la historia, sino que tampoco somos capaces de establecernos como modelos de aquellos que nos siguen. El charco de mierda, poco a poco, se hace más profundo.