viernes, 9 de noviembre de 2012

Hijos de puta

Nunca he sido partidario de insultar a nadie. No me gusta perder las formas y soy de los ingenuos que pensaban que las cosas se podían arreglar votando, discutiendo  o, como mucho, gritando en cualquier calle. Pero ya he votado, discutido y gritado demasiado. Con todas esas acciones he tenido siempre el mismo resultado, así que no me queda otro remedio que recurrir al insulto primitivo, a las palabras llenas de cólera, a la manifestación verbal de la rabia que lleva creciendo en mi interior desde hace más tiempo del que puedo calcular.

Quizá me vea así porque en la vida no he tenido más aspiraciones que la de estudiar una carrera universitaria e intentar conseguir un trabajo decente con el que mantener una vida digna. O quizá sea porque carezco de esa capacidad de jugar con las personas que sí han demostrado tener sus señorías desde que tengo uso de razón. Ahora las palabras digno y decente se alejan de mi vida, aunque tengo que reconocer que a estas alturas no es mi vida la que más me preocupa. Aún estando en el paro, sin futuro próspero en el horizonte y con una rutina que arrasa con todas las ilusiones que he tenido desde niño, soy consciente de que tengo que estar agradecido, sí, agradecido, de tener alrededor a una familia que es capaz de mantenerme económicamente aunque siga sufriendo recortes en sus salarios. Qué paradoja. Llegar hasta aquí, convertirme en un deshecho social y que ahora, encima, tenga que dar las gracias por lo que aún no me han quitado, como si lo que mi familia ha alcanzado durante estos años se deba mantener gracias a la caridad de cualquiera de sus señorías. O de sus lacayos.

Reconozco que habéis ganado muchas batallas. Habéis adoctrinado a muchas mentes, que a su vez han adoctrinado a otros que han conseguido que ahora yo me sienta tan hundido pero a la vez tan agradecido. Pero no me quito de la cabeza que si me siento así es, sobre todo, porque no paro de observar día tras día lo desgraciada que se ha vuelto la vida de muchos como consecuencia de vuestra labor. Habéis jugado con nosotros a vuestro mezquino juego de la democracia, repartiendo las cartas e improvisando las reglas cuando mejor os ha convenido. Nos habéis hecho creer que éramos útiles, que nuestra opinión contaba para algo, que ibáis a velar por nuestra seguridad y por nuestro bienestar. Y luego, cuando habéis conseguido el número suficiente de votos dóciles, esos que os dan la libertad para hacer lo que os venga en gana sin preocuparos nada más que por vuestra comodidad, nos habéis dado la patada, alejándonos de vuestro lado y en algunos casos escupiendo en nuestros deseos, nuestras aspiraciones, nuestras vidas.

Lo habéis hecho cada cuatro años, poniendo la sonrisa de mármol en la fotografía de campaña y cerrando acuerdos con los mezquinos adinerados a nuestras espaldas, dándoles la oportunidad de gobernar un país y por ende nuestros destinos, para que sus fortunas siguieran multiplicándose.Y ahora, cuando las nefastas consecuencias de vuestros actos son más que evidentes, continuáis con vuestra burla, con vuestra arrogancia, pidiéndonos que sigamos a la espera, que aceptemos sin reproches vuestras decisiones y, sobre todo, que no os faltemos al respeto en favor de nuestra democracia.

Sois vosotros los políticos basura que habéis pisoteado la Constitución, si es que esa carta de derechos sirvió alguna vez para algo. Sois vosotros los que sacáis a pasear por los pasillos del Congreso vuestras aportaciones a la sociedad con la cabeza alta mientras esperáis órdenes del capitán, marioneta de turno de la riqueza manchada de sangre de este país. Sois vosotros los que carecéis del valor para enfrentaros a aquellos que siguen torturando a esta sociedad. Sois vosotros los que dejáis que nos pudramos en la miseria, llevando a las consecuencias de la desesperación a quienes se ven sin nada de la noche a la mañana. Sois vosotros los que solo reaccionáis cuando sentís el miedo acariciando vuestro cuello. Sois vosotros los miserables. Sois vosotros los hijos de puta.

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