jueves, 8 de noviembre de 2012

Serpentinas

Desde la ventana, un hombre miraba al exterior con melancolía, aunque realmente ese no era el sentimiento que debía expresar su rostro ante lo que anhelaba. Buscaba encontrar el amor, conocer a la mujer que le hiciera sentirse vivo y con la que envejecer el resto de sus días. Se fijó en un niño que jugaba en el parque más próximo al edificio donde se encontraba. Aquel niño no paraba de correr de un lugar a otro. Parecía feliz, a pesar de que su única compañía era una pelota vieja.

Una de sus patadas envió el balón hasta el extremo de acera que bordeaba el parque. Un hombre con mucha prisa se paró para acercar el esférico al niño. Tras su buenhacer, el hombre continuó su camino aún con mayor rapidez. Llegaba tarde a una entrevista de trabajo para la que se había puesto su mejor camisa, ya manchada por el sudor que desprendía su cuerpo. La mala suerte quiso que un semáforo en rojo detuviera su camino una vez más.

Un instante después, un autobús pasó por el cruce que controlaba con frialdad el semáforo en el que se detuvo el hombre con prisa. En ese autobús viajaba una adolescente que miraba por la ventana a ningún lado. Su abuelo había sido ingresado recientemente en el hospital y la joven solo podía pensar en su más pronta recuperación.

Tres paradas más tarde, del mismo autobús donde viajaba la adolescente preocupada, se bajó un inmigrante dispuesto a continuar con su jornada laboral. El calor y la gran manta que cargaba al hombro tenían buena culpa del agobio que en ese instante soportaba. No le apetecía ponerse en mitad de la calle vendiendo complementos falsificados mientras que con un ojo vigilaba la llegada de la policía y con el otro atendía a su clientela.

Cerca de la parada de autobús donde se bajó el inmigrante, mientras este caminaba pensando en los pormenores de su vida, tropezó con un joven despistado que en sus manos portaba varias carpetas de colores. Después de disculparse amablemente, el chico entró en el edificio donde su jefa llevaba esperándole más de treinta minutos. El joven había tenido que llevar a su sobrino a la escuela después de que su hermana cayera enferma y llegaba tarde a su trabajo.

Cuando llegó a la oficina, dejó las carpetas de colores en la mesa del despacho de su jefa. El chico se marchó bajo su mirada de advertencia. Acto seguido ella se volvió y continuó mirando por la ventana, preguntándose dónde se encontraba el hombre que le hiciera sentirse viva y con el que envejecer el resto de sus días.

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