domingo, 11 de noviembre de 2012

Cuestión de tiempo

Me obsesioné. A medida que el reloj giraba sobre su lógica natural dediqué todas mis fuerzas a apoderarme de su supremacía. Deseaba su poder. La vida me había mostrado los momentos en los que se dividía y yo no tardé mucho en descubrir que no los querría a todos por igual.

A veces sentía el deseo de conventir los segundos en horas. Buscaba eternizar las frías noches de invierno en las que dormía abrazado a él, las cenas especiales que reunían a la familia o los números rojos del calendario que me volvían a encontrar con mis amigos, forzosos soldados en la guerra del desgaste temporal.

En otras ocasiones, en cambio, mi ambición se centraba en acelerar el minutero. Quería evitar las situaciones de angustia, despejar la incertidumbre que desdibujaba mi futuro o, envenenado por el ansia, saltarme los huecos que se anteponían a ese momento que llevaba tanto esperando.

Hubo días en los que quise detenerlo para inmortalizar ese primer beso. En otros soñaba con viajar a través de él. Así podría volver atrás y disfrutar de un instante junto a quien dejó de existir o avanzar a esa otra época que mi mente suponía que sería inmerojable.

En todos esos intentos siempre obtuve el mismo fracaso. Me tuve que conformar con ser un soñador y continuar resignado una vida que solo obedecía a las leyes del tictac. Me aferré a la supervivencia que marcaba cada segundo. Sin capacidad para luchar. Esclavo del reloj. Consumido por el tiempo.

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