martes, 21 de agosto de 2012

Imperfectos

Perfectos, capacitados para la excelencia, con gran número de posibilidades rodeándonos y con un horizonte brillante frente a nuestras narices.

Imperfectos, llenos de odio, cegados por el egoísmo, obcecados por nuestros pensamientos, nuestras opiniones, nuestros intereses.

Elegimos el camino de la nada con las herramientas que se nos han dado. Obviando las oportunidades. Muertos de miedo, consumidos por la vagancia, rendidos antes de batallar. Un conjunto de personas incomunicadas, insatisfechas, incapaces de expresarnos, de entendernos, de trabajar juntos.

Todos los momentos son únicos. Hoy no es más especial que ayer ni menos que mañana. Hoy también podemos envolver nuestro destino, pero nos pesa presentarnos como superiores ante nosotros mismos, para regocijo de quien se mira al espejo cada mañana para animar su día. Tantas cosas por hacer y muy pocas personas capaces de lograrlo. Somos una especie única, trabajando verozmente para autoconsumirnos. Correctos, impecables, excelentes. Y aún así imperfectos.

lunes, 13 de agosto de 2012

Noche en Barbate (I)



De nuevo llega la noche. Las calles permanecen desiertas mientras sus farolas luchan contra la oscuridad impuesta. La realidad se desvanece lentamente, se crean nuevas figuras y resurgen viejos temores. Todo parece distinto pero nada ha cambiado. Una visión nueva, una fantasía, un dibujo, una ilusión.



 












  



miércoles, 8 de agosto de 2012

Desde Robin Hood hasta Don Vito Corleone

Cuenta la leyenda que un buen día Robin Hood decidió pasar a la acción y tomarse la justicia por su mano. Lo hizo de la manera más rápida y más espontánea posible, cargado de furia e indignación y motivado por ese halo de superioridad que da ser quien lidera una revuelta popular. Ese día, una mañana cualquiera en la que los números en rojos iban y venían por todo el planeta, Robin Hood alentó a los suyos para dirigirse a un supermercado y robar cuanta comida pudieran para dárselo a quienes pasaban hambre. Los suyos, seguidores leales, no dudaron ni un insante. Se dirigieron al establecimiento, a plena luz del día, y en nombre de los más necesitados cogieron todo lo que quisieron, para repartirlo más tarde entre quienes no podían soportar más las consecuencias devastadoras de la crisis económica. Robin Hood robó, nunca lo negó y no se enriqueció con el hurto más allá de la embriaguez que provoca la aclamación de las masas. Él, orgulloso de su acto, manifestó su intención de volver a hacerlo en el futuro y afirmó que no le importaría si por ese hecho pisaba la cárcel, un lugar lleno de diablos sin padrino ni chequeras en sus bolsillos.

Ese mismo día, Don Vito Corleone se encontraba haciendo números. Le era difícil calcular cuanto dinero había ganado con sus últimas operaciones, aunque él se había asegurado que la cifra estuviera acompañada de una buena cantidad de ceros. No le había resultado difícil conseguir su fortuna. Estudió las leyes para aprender cómo esquivarlas, se ganó el favor de amigos a base de fuertes apretones de mano y había comprado a cuantos se interponían en su camino cuando quería llevar a cabo uno de sus negocios. Corleone había jugado bien sus cartas y por eso tenía la fortuna de la que ahora disfrutaban él y su familia. Nunca le importó las consecuencias de sus actos, ya que se había preocupado de que ninguno de sus hallegados las sufriera, y sabía que no había nada que pudieran hacer contra él. Corleone tenía un buen grupo de amigos que darían la cara por él en cualquier momento. Era él quien velaba por ellos, una serie de personas trajeadas con dotes para la oratoria que sabían que lo tendrían que defender si llegaba el momento. Por eso, el día en que Robin Hood decidió pasar a la acción, todos esos amigos, perros y guardaespaldas pagados a sueldo por Corleone, arremetieron contra aquel que decía que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Su actitud debía ser juzgada. Se había convertido en un mezquino que había perdido la cabeza. Los amigos de Corleone pasaban al ataque, como una buena muestra de lo que eran capaces de hacer por mantener la buena vida que había conseguido alcanzar el mafioso a base de sus más que dudosas prácticas.

Robin Hood continuaría con su lucha, asumiendo su condición de ladrón y poniendo en jaque a quienes se atrevían a desafiarle.

Don Vito Corleone continuaría con su negocio, creando una fortuna a base de aprovecharse de quienes ahora necesitaban de la ayuda de un héroe.

Y ninguno de los dos, villanos y héroes a partes iguales en una sociedad que había perdido la razón hace mucho tiempo, llegarían a compartir la misma celda.

martes, 7 de agosto de 2012

El callejón (relato)

Cuando me di cuenta de dónde estaba ya había cruzado una buena parte de aquel callejón. Ahora todo lo que me quedaba por delante era una larga caminata. No tenía ni idea si me iba a costar atravesarlo, pero sin saber por qué, tenía que hacerlo.

Lo cierto era que los primeros pasos no me resultaron pesados, quizás porque no era consciente de que caminaba o porque me entretenía con cualquier cosa. Pero cuando abrí bien los ojos supe que aún me quedaba mucho por recorrer. Fue en ese instante cuando sentí por primera vez añoranza, un sentimiento que acompañaría el resto de mi viaje.

Aún así, seguí andando con incertidumbre, sin saber quién se cruzaría en mi camino o qué circunstancias me harían ir más despacio o más deprisa. En algunos tramos la luz del sol iluminaba la calle. Me gustaba la sensación de calor que producían esos rayos en mi cara. En otros tramos, en cambio, me enfrentaba a ráfagas de viento que me dificultaban seguir mi camino con normalidad.

La inseguridad con la que andaba me hizo tropezar en varias ocasiones. Mis rodillas acababan raspadas y ensangrentadas. También mis manos, ya que cuando caía intentaba protegerme con ellas para que el golpe no fuera aún mayor. No siempre lo conseguía pero, con más o menos esfuerzo, me volvía a lenvatar, lo que permitía endurecer mi fuerza interior aunque mi cuerpo acabara destrozado.

No tardé mucho en comprender que existía la posibilidad de que mi destino no se encontrara al final del callejón. Quizás tendría que abandonarlo mucho antes, cruzando una de sus muchas esquinas, algunas de las cuales no se veían a simple vista. La añoranza no hacía más que invadir mi mente. Tuve miedo al pensar qué habría al cruzar una esquina. Puede que me encontrara con otro interminable callejón, pero tenía que hacerme a la idea de que tal vez la calle podría estar cortada impidiéndome el paso y deteniendo mi camino para siempre.

¿Merecía estar allí? No había tenido la oportunidad de decidirlo. No sabía cómo ni por qué había aparecido al principio de la calle y ahora el único camino posible era seguir hacia delante.

Me confortaba encontrarme con personas que me hacían la caminata más agradable. Algunos se marchaban pronto, otros permanecían a mi lado largos tramos. Había incluso quien me tendía una de sus manos cuando me tropezaba. Constrastaba con los que me ponían la zancadilla para hacerme caer, a veces con éxito. Pero, al final, a todos los acababa añorando. Cuando nos dábamos cuenta de que nuestro camino no era el mismo no quedaba más remedio que despedirnos con la incertidumbre de si volveríamos a vernos. Incertidumbre. Una vez más.

Era curioso como cuanto más avanzaba más me detenía para mirar atrás. No podía dejar de pensar en todo lo que había recorrido hasta ahora. Ese sentimiento se unía al miedo que sentía cada vez que pensaba que el final de mi camino estaba cerca. Cada paso aumentaba mi miedo. Había instantes en los que me quedaba inmóvil y el cuerpo me temblaba pensando en ese inminente final. Era injusto. ¿Por qué pensar en el final me impedía disfrutar de la caminata? Era algo que llegaría. Algo que, al igual que encontrarme allí, yo no había elegido pero que tenía que asumir. Fue entonces cuando decidí que acabaría mi travesía con valor. Qué iluso fui, pues con cada paso que daba, ya llegando al final de un callejón que una vez pareció no tener fin, comprendía que no terminaría de andar con ese sentimiento. Sería la resignación la que se apoderaría de mi cuerpo y la que me acompañaría al atravesar el último tramo, el más oscuro, y el que pondría irremediablemente punto y final a mi viaje.