miércoles, 8 de agosto de 2012

Desde Robin Hood hasta Don Vito Corleone

Cuenta la leyenda que un buen día Robin Hood decidió pasar a la acción y tomarse la justicia por su mano. Lo hizo de la manera más rápida y más espontánea posible, cargado de furia e indignación y motivado por ese halo de superioridad que da ser quien lidera una revuelta popular. Ese día, una mañana cualquiera en la que los números en rojos iban y venían por todo el planeta, Robin Hood alentó a los suyos para dirigirse a un supermercado y robar cuanta comida pudieran para dárselo a quienes pasaban hambre. Los suyos, seguidores leales, no dudaron ni un insante. Se dirigieron al establecimiento, a plena luz del día, y en nombre de los más necesitados cogieron todo lo que quisieron, para repartirlo más tarde entre quienes no podían soportar más las consecuencias devastadoras de la crisis económica. Robin Hood robó, nunca lo negó y no se enriqueció con el hurto más allá de la embriaguez que provoca la aclamación de las masas. Él, orgulloso de su acto, manifestó su intención de volver a hacerlo en el futuro y afirmó que no le importaría si por ese hecho pisaba la cárcel, un lugar lleno de diablos sin padrino ni chequeras en sus bolsillos.

Ese mismo día, Don Vito Corleone se encontraba haciendo números. Le era difícil calcular cuanto dinero había ganado con sus últimas operaciones, aunque él se había asegurado que la cifra estuviera acompañada de una buena cantidad de ceros. No le había resultado difícil conseguir su fortuna. Estudió las leyes para aprender cómo esquivarlas, se ganó el favor de amigos a base de fuertes apretones de mano y había comprado a cuantos se interponían en su camino cuando quería llevar a cabo uno de sus negocios. Corleone había jugado bien sus cartas y por eso tenía la fortuna de la que ahora disfrutaban él y su familia. Nunca le importó las consecuencias de sus actos, ya que se había preocupado de que ninguno de sus hallegados las sufriera, y sabía que no había nada que pudieran hacer contra él. Corleone tenía un buen grupo de amigos que darían la cara por él en cualquier momento. Era él quien velaba por ellos, una serie de personas trajeadas con dotes para la oratoria que sabían que lo tendrían que defender si llegaba el momento. Por eso, el día en que Robin Hood decidió pasar a la acción, todos esos amigos, perros y guardaespaldas pagados a sueldo por Corleone, arremetieron contra aquel que decía que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Su actitud debía ser juzgada. Se había convertido en un mezquino que había perdido la cabeza. Los amigos de Corleone pasaban al ataque, como una buena muestra de lo que eran capaces de hacer por mantener la buena vida que había conseguido alcanzar el mafioso a base de sus más que dudosas prácticas.

Robin Hood continuaría con su lucha, asumiendo su condición de ladrón y poniendo en jaque a quienes se atrevían a desafiarle.

Don Vito Corleone continuaría con su negocio, creando una fortuna a base de aprovecharse de quienes ahora necesitaban de la ayuda de un héroe.

Y ninguno de los dos, villanos y héroes a partes iguales en una sociedad que había perdido la razón hace mucho tiempo, llegarían a compartir la misma celda.

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