martes, 5 de noviembre de 2013

Cenizas

Tropecé con el impulso que necesitaba y me dirigí a la playa. Me encontraba en el mismo pueblo que me imponía el abismo al que llevaba días asomado pero, pese a todo, su costa parecía el lugar perfecto para mi evasión. Poco me importaron las advertencias del incipiente invierno o que el sol llevara horas desaparecido. Acudí a mi cita imaginaria y acomodé mi culo al frío muro de piedra que dividía la playa del resto del pueblo. De mi abrigo cogí el tabaco y del bolsillo de mi pantalón saqué el mechero. Encendí uno de mis cigarros y me dispuse a fumar con la absurda intención de olvidar los pormenores de mi existencia mientras lo hacía.

Observé el entorno que me rodeaba y comprobé que estaba más acompañado de lo que pensaba. Pese a lo solitario del lugar, parecía que algunas personas también habían encontrando en esa oscura postal el lugar perfecto para rehuir sus problemas y responsabilidades. Allí los disgustos no existían. No había televisión ni internet, las noticias no podían bombardearnos y todos queríamos olvidar que teníamos el móvil encima y que, insaciable, reclamaba un poco más de nuestra atención. Tuve que dar el primer azote a mi cigarro después de notar que las cenizas se amontonaban en la punta. No quería quemarme.

Compartí miradas furtivas con algunos de los que se cruzaban conmigo. Quizá a cualquiera de nosotros nos habría venido bien una conversación, pero no mostramos el valor suficiente para romper la soledad en la que estábamos inmersos. Yo seguí fumando, dando bocanadas de aire contaminado y deshaciéndome de las cenizas que mi cigarro iba dejando. Quedaron esparcidas por el suelo y salieron a volar cuando una pequeña ráfaga de aire hizo acto de presencia. Las cenizas se dispersaron y se adueñaron del lugar, convirtiéndose en el mejor reflejo de lo que el tiempo había hecho con nosotros.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Mariano, Alfredo y yo

Cuando nací, Alfredo y Mariano ya estaban allí. Aparentemente, cada uno se encontraba en un extremo diferente del campo de batalla, en el desarrollo de un juego en el que yo, como tantos otros, me ubicaría en el medio dejándome llevar por la corriente. Ellos tenían claros sus movimientos, debido a que, en el momento de mi nacimiento, a finales de la década de los ochenta, ya estaban situados en las posiciones necesarias para acercarse al máximo a eso que llamaban poder. En torno a él se movieron en los años que disfruté de mi niñez, cuando yo combinaba los juegos de la calle con la asistencia a un colegio que nunca contó con el respaldo de ese poder para garantizar la mejor educación posible. Los equipos de Mariano y Alfredo estaban distraídos con otros intereses y no se detuvieron para ponerse de acuerdo y fortalecer la educación que yo y otros niños de mi edad nos disponíamos a recibir.

Ellos siguieron con sus juegos de autoridad, sus cambios de cargos y sus etapas en las que lograron mandar más que el otro, la que siempre ha parecido la gran aspiración de sus vidas. Yo seguí sumando cursos, creciendo entre deberes de colegio que hoy quiero pensar que entregaba con la misma responsabilidad con la que Mariano y Alfredo encaraban sus trabajos. Sumaba años y me acercaba a la adolescencia sentado entre pupitres, comenzando a fantasear con aquellas profesiones que me debían gustar para librarme un buen futuro el día de mañana. Mientras, Mariano y Alfredo, sentados en otro tipo de pupitre, participaban de la vida política de primera mano, llevando a cabo sus tareas pero también desarrollando sus planes de futuro y soñando con alcanzar esa gloria que otorga el poder absoluto.

Yo me conformaba con dejarme llevar por las voces que empezaban a llegar a mis oídos. Decían que si seguía estudiando podría tener un sueldo aceptable a final de mes con alguna que otra paga extra, que el sueldo llevaría a una acogedora casa y a un buen coche y, si todo seguía su cauce natural, formaría la más ideal de las familias, donde incluso tendría cabida una mascota y con la que podría irme de viaje durante las ocasiones en las que fuera recompensado con vacaciones. La idea fue apoderándose de mi poco a poco, al mismo tiempo que le crecían las canas a Mariano y Alfredo se iba quedando sin pelo. Ellos iban acumulando años en el mundo de la política, ese mismo mundo desde el que se suponía que se trabajaba para que mi brillante futuro se cumpliera al detalle.

Y me fui preparando para ese modelo de vida como el deportista que comienza a calentar para participar en un competición. Con dedicación, esfuerzo y alguna que otra cerveza de por medio, continuaba en esa fábrica que algunos llaman universidad y que me preparaba para comerme el mundo en unos años. A Mariano y Alfredo también les iba bien, a veces a uno mejor que el otro, pero en sus dilatadas carreras podían presumir de desempeñar cargos de responsabilidad, de esos que pueden cambiar la sociedad si ese es realmente tu verdadero propósito en la vida.

Las cosas se empezaron a torcer o, para ser justos, mis cosas se empezaron a torcer. Esa vida, que ya tocaba con la punta de los dedos, se fue haciendo cada vez más y más pequeña mientras yo me daba de morros contra el suelo y despertaba del sueño que nunca tuve que haber creído. Comencé rápido a pagar las consecuencias de mi ingenuidad y me colocaron como uno más en una larga cola de personas que, incrédulos como yo, pasamos de querer ese ideal modelo de futuro a conformarnos con uno que permitiera sentirnos útil en una sociedad que de repente nos daba la espalda. Sin embargo, pocos cambios se dieron en las vidas de Mariano y Alfredo que, como el que se adapta a las alteraciones climatológicas de una nueva estación, alternaron sus rangos de poder y siguieron peleando, cada uno con su fórmula, por mi supuesto bienestar, exactamente igual que lo llevaban haciendo desde el momento en que nací.

Asistí horrorizado a una maniobra que me costó asimilar. No entendía que fuera yo el único que pagara los platos rotos pese a que Mariano y Alfredo llevaban más de treinta años alternando cargos que servían para que a mí no me pasaran cosas como estas. Pero ahí siguen, dispuestos a continuar con su partida aunque haya quedado más que demostradas las desastrosas consecuencias que su juego ha derivado con el paso de los años. Mi desesperación aumenta y ellos se encuentran enroscados en torno a ese vacío "y tú, más", el más recurrente de sus ataques y la más salvada de sus defensas. Mientras, yo me marcho a otro país, con la mirada baja, las esperanzas mermadas y la compañía de una voz que me recuerda unas palabras, parecidas en forma pero con un significado diferente de las que usan Mariano y Alfredo cada día, que comparto con demasiada gente a mi alrededor: "Y tú, menos".