martes, 5 de noviembre de 2013

Cenizas

Tropecé con el impulso que necesitaba y me dirigí a la playa. Me encontraba en el mismo pueblo que me imponía el abismo al que llevaba días asomado pero, pese a todo, su costa parecía el lugar perfecto para mi evasión. Poco me importaron las advertencias del incipiente invierno o que el sol llevara horas desaparecido. Acudí a mi cita imaginaria y acomodé mi culo al frío muro de piedra que dividía la playa del resto del pueblo. De mi abrigo cogí el tabaco y del bolsillo de mi pantalón saqué el mechero. Encendí uno de mis cigarros y me dispuse a fumar con la absurda intención de olvidar los pormenores de mi existencia mientras lo hacía.

Observé el entorno que me rodeaba y comprobé que estaba más acompañado de lo que pensaba. Pese a lo solitario del lugar, parecía que algunas personas también habían encontrando en esa oscura postal el lugar perfecto para rehuir sus problemas y responsabilidades. Allí los disgustos no existían. No había televisión ni internet, las noticias no podían bombardearnos y todos queríamos olvidar que teníamos el móvil encima y que, insaciable, reclamaba un poco más de nuestra atención. Tuve que dar el primer azote a mi cigarro después de notar que las cenizas se amontonaban en la punta. No quería quemarme.

Compartí miradas furtivas con algunos de los que se cruzaban conmigo. Quizá a cualquiera de nosotros nos habría venido bien una conversación, pero no mostramos el valor suficiente para romper la soledad en la que estábamos inmersos. Yo seguí fumando, dando bocanadas de aire contaminado y deshaciéndome de las cenizas que mi cigarro iba dejando. Quedaron esparcidas por el suelo y salieron a volar cuando una pequeña ráfaga de aire hizo acto de presencia. Las cenizas se dispersaron y se adueñaron del lugar, convirtiéndose en el mejor reflejo de lo que el tiempo había hecho con nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario