miércoles, 4 de enero de 2012

Lo que le falta a Barbate

Vivo en un pueblo que cuenta con una de las mejores materias primas para convertirse en ese lugar en el que todo el mundo necesita perderse alguna vez en la vida. Siento si esto no suena muy humilde y si alguno cree que por tratarse de mi lugar de origen estoy siendo terriblemente exagerado. No es verdad. Quien se haya sentado en el espigón del puerto de Barbate contemplando las olas, quien haya tenido la suerte de observar uno de los atardeceres en Zahara de los Atunes o quien se haya tumbado en la arena de Caños de Meca una noche de verano para ver las estrellas sabe que lo que digo es cierto. Barbate lo tiene todo. Si los lugares que hoy han sobrevivido a la vorágine del ladrillo pueden estar orgullos de su entorno, Barbate puede presumir de tener uno de los medios naturales más completos. Tiene mar, un mar que ha dado de comer a los barbateños desde mucho antes que los ancianos que hoy viven por aquí llegaran a este mundo y que aún hoy sigue brillando cuando el sol pega con fuerza. Tiene tierra, una tierra que en ocasiones se erige presuntuosa en forma de acantilado o se enlaza con tranquilidad con el mar dando lugar a unas marismas que se pierden en el horizonte. Y también tiene aire, un aire que a veces pasa desapercibido por eso de que no lo vemos, pero que nuestros pulmones agradecen eternamente cuando pasamos una tarde de domingo en el parque natural o cuando somos premiados con un paseo en barco por la costa. Barbate lo tiene todo. Y precisamente por eso, y como consecuencia de una de esas paradojas extrañas que nos da la vida, a veces puede parecer que no tiene nada.

En el río, justo en la parte que coincide con la lonja vieja, hoy reformada, hay un barco varado que lleva allí más de lo que mi memoria puede recordar. Ese barco nos ofrece la mejor metáfora de la situación en la que en la actualidad se encuentra Barbate. Junto a una lonja ya en desuso, encallado y podrido, está siendo consumido lentamente por el mar. Continúa esperando, no se sabe muy bien a qué, y soporta como puede todos los inconvenientes que le van surgiendo con el paso del tiempo. Así es como siento que está Barbate y como lleva sufriendo desde que parte de sus terrenos fueran concedidos al Ministerio de Defensa para que allí se realizaran prácticas militares. Desde entonces, Barbate ha aguantado como mejor ha podido, como ese barco varado a orillas del río, cada una de las bofetadas que les han ido dando aquellos de cuya mísera firma depende que un pueblo se desarrolle como merecen sus ciudadanos.

El tiempo ha pasado y el casco de Barbate sigue pudriéndose. El pueblo ha quedado encerrado en su propia trampa, rodeado por unos terrenos utilizados por el Ejército para hacer sus prácticas anuales y por las virtudes pero también limitaciones que supone contar con un parque natural. Expandirse es imposible. Pero desarrollarse a partir de lo que ya existe no está siendo tarea fácil. En la actualidad el Ayuntamiento vive al borde de la quiebra, provocado por el escaso dinero que ha llegado desde fuera pero también por la mala administración que de él han hecho los gobernantes locales. Los que se ganan la vida en el mar han visto como de la noche a la mañana se rompía el acuerdo que permitía que lo siguieran haciendo como hasta la fecha. Barbate también sigue esperando su centro de salud, aquel que le permita recibir una sanidad decente y su nueva depuradora, la que haga que los vecinos no se tengan que volver a cuestionar si el agua en la que se bañan es la adecuada. Barbate sigue esperando, mientras algunos nos comenzamos a preguntar si el pueblo está destinado a ser un socavón en Andalucía, sobre todo después de comprobar en qué se ha convertido el parque Infanta Elena en el que algunos pasamos nuestra infancia.

Como decía al principio, Barbate tiene una de las mejores materias primas, pero nadie ha sabido o ha querido pulirla. En vez de eso encontramos un pueblo abandonado a su suerte, empecinado en descubrir si lo que depara el futuro puede ser aún peor, pero sin fuerzas para exigir lo que le corresponde. Por eso, lo que hoy reclama nuestro pueblo es conciencia, esa que nos permita valorar el lugar en el que vivimos, sus oportunidades y su riqueza. Y a partir de ahí, Barbate necesita unión, empatía para convertir los problemas de unos en los problemas de otros y mantener el rencor y el resentimiento solo hacia aquellos que siguen empeñados en que nuestro pueblo siga encallado. De esa forma le podremos demostrar a quienes nos quieren hundir en la miseria que estamos dispuestos a pelear duro por nuestro pueblo. Barbate lo merece.

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