lunes, 9 de julio de 2012

La técnica del avestruz

Es curioso como en la actualidad existe una profesión que consigue pasar desapercibida pese a que más de cinco millones de españoles estén en busca y captura de un trabajo desesperadamente. Quizá sea debido a que para llegar a ejercerla no hace falta entregar ningún currículum ni tampoco aparecen ofertas en el INEM o en las páginas de internet de búsqueda de empleo. Aún así, es una profesión que, por lo que podemos observar diariamente, da para vivir bien, te envuelve en una fina capa de respeto y te otorga la posibilidad de no afrontar la responsabilidades de tus actos, sobre todo cuando las consecuencias de tus decisiones son perjudiciales para los demás. Para que mis palabras no indiquen confusión, adelantaré que estoy hablando de la figura del político, esa profesión que se dedica a jugar con el bienestar del resto de personas y cuyo proceso de selección pasa por conseguir buenos apretones de manos, hacer jugosas promesas y salir en determinadas fotografías, para luego hacer y deshacer a su antojo o, para ser del todo correcto, al antojo de aquellos que con su dinero deciden realmente el destino de esta sociedad.

El currículum de un buen político no tendría por qué ser tan extenso. A diferencia de lo que piensan algunos no debería primar tanto sus estudios, ni siquiera su nivel de inglés. Un buen político debe estar empapado de todas esas características que desgraciadamente no se pueden demostrar con un certificado impreso. Honestidad, sinceridad, responsabilidad, justicia... Sé que mis palabras suenan utópicas, tanto que ni yo mismo me las llego a creer, y reconozco que es una lástima que algo tan básico suene tan irreal. Pero la presencia de los políticos en nuestra sociedad debe estar destinada a velar por el bienestar común, algo que en los últimos años parece que ha quedado en el olvido de la ciudadanía, acostumbrada a que precisamente sean los políticos quienes dificulten su rutina y les ponga trabas a los quehaceres de su vida diaria.

El punto más lamentable de esta profesión aparece a la hora de asumir responsabilidades. Mientras que el resto de personas tenemos que asumir tarde o temprano las consecuencias de nuestros actos, el político de hoy en día crea un sólido escudo alrededor de su cargo, con el que se protege de las reivindicaciones que se le hacen cuando su nefasta labor se hace pública. Es lo que podíamos conocer como la técnica del avestruz: ocultar la cabeza bajo tierra hasta que pasen los problemas, sin hacer declaraciones ni defensa alguna y escudándose en las ideologías de aquellos que les reclaman responsabilidades para sembrar una vez más la semilla de la guerra de las dos Españas (los de la izquierda atacan a los de la derecha porque son de derechas y viceversa). Así, el oficio de político continúa como si nada, pese a que su pésima labor sea uno de esos secretos a voces que todos terminan pregonando pero que nadie es capaz de asumir. Gracias a ellos, gracias a sus constantes negligencias, nos encontramos ante una de las profesiones más contaminadas de nuestra sociedad, con capacidad para hacer daño a un buen número de personas y con un sinfin de personal excedente del que nadie parece estar dispuesto a recortar. Estos aspectos nos dejan con la sensación de que cualquiera podría aspirar a realizar ese trabajo, pese a que ser político debería erigirse como una de las profesiones más selectas de todas a las que podríamos acceder hoy en día.

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