jueves, 12 de julio de 2012

Los mayordomos del poder

"¿Cómo quiere el señor que le sirva la portada? ¿Con un toque de azúcar? ¿Bien caliente?" Cuando pienso en algunos jefes eligiendo la portada de su periódico del día siguiente, me los imagino vestidos elegantemente, con una servilleta blanca cubriendo su antebrazo y acudiendo con la cabeza bien alta ante el tintineo de una campanilla. Quien la agita es el político de turno, que en algunos casos está en el poder y en otros se encuentra en la oposición y, así, vemos a su alrededor una serie de mayordomos que actúan de una manera u otra según les convenga a sus señores. Solo así le doy explicación al sinsentido en el que se han convertido las publicaciones de algunas portadas de periódicos españoles en los últimos años. Han pasado a ser una extrema versión, que roza lo paródico en muchos casos, del periodismo de partido en el que ha evolucionado la profesión que muchos decidimos dedicar nuestra vida, atraídos por una serie de valores que parece que se están perdiendo con el paso del tiempo. El motivo por el que se deciden estas publicaciones se encuentra en el agrado, no solo a un partido político, sino a todo un público, que prefiere ver parcialmente la realidad, como si el señor en el poder invitara cada día al lector a una cena en su mansión y el mayordomo se encargara de que la casa siempre se viera perfecta, aunque en realidad los cimientos de ese hogar se encuentren podridos.

Y todo este esfuerzo aparece como un trabajo absurdo en la era de las nuevas tecnologías, donde los usuarios de Twitter y Facebook son capaces de transmitir a miles de personas las manipulaciones vertidas por esos medios de comunicación. Solo hace falta que alguien avispado recupere portadas pasadas y las compare con las presentes para que en un instante nos demos cuenta de la suciedaz que hay impregnada en muchos despachos de las redacciones de periódicos. Pero hay que ir más allá. Después de meses llevando a cabo estas prácticas, es de sobra conocido el revuelo que aparece cuando un nuevo caso vuelve a suceder, por lo que no es descabellado pensar que hay quien juega con ese revuelo, consciente de que la creación de una nueva polémica es el último paso que le queda para que su periódico no caiga en el olvido, lo que le llevaría a grandes pérdidas que, si la selección natural del actual sistema económico sigue su curso, provocarían su desaparición del mercado. Ese es el motivo por el que no se le debe dar tanta publicidad a aquellos que juegan a maquillar la sociedad. Las consecuencias de su humillante desesperación por llamar la anteción solo debería ser respondida con indiferencia, el mayor de los castigos que se puede realizar hoy en día y el que más difícil resulta llevar a cabo cuando las intenciones son las de hacer daño.

Lo peor de todo, la gruesa capa de polvo que prácticas como estas echan encima de buenos profesionales, aquellos que aún siguen creyendo en el periodismo como arma contra las injusticias sociales. Eso que en su día se llamó tan acertadamente cuarto poder, un mecanismo que ha conseguido ser controlado por aquellos a los que había que controlar, consiguiendo a base de talonarios y favores que algunos no tengan problema en abandonar eso de la utopía del cuarto poder para convertirse en simples mayordomos. Unos trabajadores al servicio de aquellos que desean gobernarnos y que están dispuestos a hacer cualquier cosa para que sus señores queden satisfechos.

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