martes, 8 de octubre de 2013

Calor y frío

En un bajo inmueble de una sombría y estrecha calle de Sevilla vive Dolores desde hace once años. Los peores años de su existencia. Desde que su marido se desplomara comprando el pan, todo está oscuro a su alrededor. Ella es la fiel compañera de un cuerpo postrado a una cama y de una mente que sufre una continua e irreversible pérdida de lucidez. Dolores recuerda el calor del sol que entraba por la terraza de su antiguo piso. Ahora solo le acompañan las sombras del bajo, donde no existen escaleras que sean un obstáculo en los momentos de urgencia.

Ellos residen entre esas paredes desde entonces, aunque Dolores no lo considera un hogar. Allí apenas entra luz natural y no ha podido vencer la guerra contra las humedades. Esas son las causantes del olor que la acompaña diariamente, junto con el sonido de los quejidos y el sabor salado que llega a su boca cuando los días se alargan demasiado.

No puede evitar odiarse a sí misma, sobre todo cuando no es capaz de controlar los pensamientos que invaden su mente. Algunas veces se ve apretando sus dedos contra la almohada que recoloca una y otra vez para que su marido esté más cómodo. En esa lucha interna ella siempre acaba perdiendo. Hay ocasiones en las que ni siquiera se levanta del sofá tras escuchar los lamentos y se pregunta si el tiempo, si esos interminables once años, han conseguido despojarle de su humanidad.

Cuando ese vacío le invade, Dolores se dirige a la ducha. Abre el grifo para que comience a correr el agua mientras se quita la ropa sin querer mirar su desnudez en el espejo. Se sitúa bajo los chorros que le trasladan a una realidad diferente. Agarra el grifo con fuerza y cierra los ojos. Lanza un leve suspiro. Sin titubear, mueve el mango del grifo hacia la izquierda y deja que esos chorros comiencen a quemarle la piel. Aprieta los dientes mientras sus lágrimas se pierden por el desagüe. Y siente. Siente que el agua le abrasa, que quema su débil cabello y que recorre su espalda haciendo que un calor doloroso se apodere de ella. Cuando no puede aguantar más, Dolores gira el grifo hacia la derecha. El leve alivio que percibe da paso a una frialdad que inmoviliza cada parte de su cuerpo, abre sus ojos y provoca que lance un grito que se ahoga en el mismo cuarto de baño. Termina su ducha tiritando, con el cuerpo dolorido pero aliviada. Sabe que, al menos un día más, todavía es capaz de sentir. Aún tiene razones para pensar que sigue viva.

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