miércoles, 18 de diciembre de 2013

El ciclo de la vida

Érase una vez un rey que gobernaba sin poder un reino apacible y domesticado. El trabajo del rey era representativo pero había veces que necesitaba bocanadas de aire fresco y desconectar de su amoldada agenda. Para ello viajaba a los lugares más recónditos del planeta en compañía de su amante, un príncipe sin título al que le gustaba disfrutar del lujo y beber de los vinos más costosos. Cuando no estaba con el rey, el príncipe se dedicaba a hacer negocio a costa del dócil reino, para lo que se reunía con gordos empresarios con los que cerraba tratos en los que el príncipe quería sacar el mayor porcentaje de interés posible. A su vez, uno de esos hombres obesos tenía encuentros con un empresario de cierta corpulencia entregado a su entera disposición. Con él llevaba a cabo determinados acuerdos, cerrados después de una intensa negociación donde ambos intentaban que su beneficio fuese cada vez más alto. Este corpulento empresario se veía con un delgaducho autónomo que le administraba el material que necesitase pero al que cada vez pagaba menos. El autónomo quería cuadrar sus cuentas, por lo que redujo el salario de su único empleado, una persona cuyas ojeras se pronunciaron durante los días siguientes, llenas de números en rojos y cuentas sin resolver.

Pese a sus preocupaciones, el empleado no se perdía las retransmisiones de los partidos de su equipo de fútbol preferido. En particular, adoraba a la nueva estrella del vestuario, un jugador de renombre cuya popularidad le había servido para tener una nómina indecorosa, que superaba con creces la cifra que cualquier persona necesita para vivir cómodamente. El club donde jugaba lo dirigía un magnate de las finanzas que también estaba al frente de un conglomerado de empresas. Su cargo hacía que, entre otros encuentros, mantuviera reuniones con un conocido banquero, con el que alcanzaba acuerdos que pasaban por el préstamo de millonarias cantidades de dinero o el perdón de determinadas deudas si estas apretaban demasiado. Para abultar aún más sus ganancias, el banquero buscaba apoyo en otros aliados, entre los que destacaba un tipo rechoncho, con mal carácter, aficionado a los puros y conocido por su capacidad de influencia y su amplia agenda de contactos. Estos llegaban hasta al mismísimo presidente del gobierno, una persona a la que también le gustaba fumar incluso en los días más nublados. Esa era la razón por la que a su despacho llegaban impolutas cajas de madera acompañadas de notas, entre las que destacaban felicitaciones, sugerencias o agradecimientos de todo tipo. Era el mismo presidente el que una vez al mes tomaba dos puros de una de esas cajas y se dirigía al palacio del rey. Allí, ambos con los pies puestos en alto y mientras daban constantes bocanadas de humo a sus respectivos habanos, comentaban lo bien que se vivía en un reino tan sumiso y maleable.

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